‘Eramos río’, la primera novela del sabio Ton Areces

El arte saca a la luz el niño que llevamos dentro, ese niño capaz de maravillarse y soñar. Yo aprendí a ser ese niño gracias a la forma de ver el mundo que me enseñó mi padre“. De esta manera presentaba el escritor Manuel Astur a su padre, Antonio G. Areces (Grado,1938) que, tras una larga carrera de docencia de lengua y literatura, de formar parte de grupos intelectuales y artísticos, una intensa actividad política y pasarse la vida escribiendo, a los 77 años saca su primera novela, Éramos río (Gravitaciones, 2015). Manuel Astur explicó en la presentación de la novela en la librería Santa Teresa cómo su padre de niño le contaba que los coches eran máquinas del tiempo, que las montañas eran en realidad titanes dormidos, y que una hormiga no era consciente de nuestra existencia porque éramos demasiado grandes y complejos y puede que éste fuera el concepto que las personas tuviéramos de Dios. “Me explicaba el mundo desde los ojos de un poeta para otro poeta“.

Éramos río transcurre en los siete días claves para la vida de Pedrín, el muchacho protagonista. Siete días de verano en el Grado de 1950 en los que late el misterio por el paso a la edad adulta. Manuel Astur afirmó que su propia infancia había sido muy distinta en el contexto, pero muy parecida en el sentimiento. “Me siento como un niño pequeño que ha crecido a su sombra” afirmó un emocionado Manuel Astur refiriéndose a su padre. También tuvo palabras para el escultor Fernando Alba, otro de los presentadores de la novela, recordando las largas madrugadas que su padre y él pasaban hablando de revolución y de arte, de “cosas de las que no hablaban los adultos”. “Pensé que eso era la amistad y que iba a ser lo que yo quería para mí” afirmó el escritor asturiano.

Fernando Alba, por su parte, también recordó su largos años de amistad con Antonio G. Areces, y habló de la propia infancia del autor en el pueblo; cómo le apodaban el sabio porque le gustaba mucho leer (“en aquellos tiempos era una rareza“) o lo buen nadador que era en el río, tanto incluso que había quien lo comparaba con Johnny Weissmüller. “Siempre recuerdo los años de la infancia como soñados” afirmó Alba. “Como este libro, que es tanto real como soñado”. El escultor recalcó  que el verano para un niño es infinito, es un tiempo sin tiempo, y destacó cómo Areces lograba en  Éramos río transcender situaciones cotidianas, de forma que los acontecimientos van acomodándose a la imaginación de los niños en esta novela que nos hace recordar la infancia en un entorno bucólico rural. “Pedrín empieza la novela siendo un niño y la acaba preparado para dejar de serlo“. Alba, quien afirmó que nuestros sueños son nuestra mayor riqueza, explicó que uno de los sueños de Ton Areces siempre había sido publicar todos esos libros que se iban acumulando en su cajón. “Pienso en esos proyectos que uno lleva dentro, y cuando hay proyecto y hay obra, aunque sea en secreto, el autor puede mostrar su verticalidad. Ahora nos llegará su obra en tropel. Estamos expectantes”.

Areces explicó que, efectivamente, él siempre había escrito (su hijo, Manuel Astur, recordaba cómo durante toda su infancia había oído teclear a su padre en la habitación de al lado). “Escribir era algo íntimo, propio, lo necesitaba. Me servía de contacto. Siempre ha sido para mí un ejercicio de autoconocimiento y exploración de la existencia y del mundo“. El autor de Éramos río comentó también que durante años se dedicó a su trabajo y a su familia, y no había encontrado ni la época ni la editorial apropiada para publicar. Pero si Areces habló de escribir, no menos habló de leer. “Siempre amé la lectura intensamente” dijo con ojos encendidos, con ojos de niño apasionado. “Y en aquel contexto de la posguerra en un pueblo con heridas abiertas, el que leía tanto y encima era atleta, se le consideraba casi un loco“. Ton el loco, que se sabía de memoria frases de Emilio Salgari y devoraba Las aventuras de Guillermo, Tom Sawyer, Huckleberry Finn, La isla del tesoro. “De esta manera vivías doblemente: por una parte la vida real, y por otra aquélla“. Éste espíritu, esta doble vida entre lo que ocurre y lo que uno sueña que ocurre o se imagina, la refleja en los niños de Éramos río. “Son una representación, arquetipos de aquella infancia“. Así, en la novela aparecen las aventuras de los niños imitando los tebeos y las películas que les maravillaban (“eran el umbral, la apertura“), emulando luchas con espadas de manera y convirtiendo en revólveres sus manos con el pulgar y el índice extendidos. “Apenas entendíamos lo que había sido la guerra, no teníamos concepto del bien y del mal, era algo muy inocente” explica Areces, quien añade que los restos de aquella guerra se podían ver sin embargo en la abundancia de las casas quemadas y derruidas en las que jugaban. El escritor comentó que había novelas sobre niños en la posguerra maravillosas, pero con matices muy amargos que la suya no contenía. “El verano, esa aventura del descubrimiento en contraposición al invierno, que era duro y había que ir a la escuela. El verdadero leti motiv de Éramos río es analizar el tiempo, cómo fluye y cómo se estanca” explicó Antonio G. Areces. “El verano era el paraíso, la naturaleza, el río, el mundo estaba sin contaminar y era nuestro“.

(6 de julio de 2015)

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