Más que salir, ella ha entrado al mundo literario por la puerta grande, tres importantes premios en sus tres primeras novelas han conseguido colocarla en la primera línea a nivel nacional, siendo la suya una de las irrupciones literarias más fulgurantes de los últimos tiempos.
(Oviedo, 1980) Licenciada en Ciencias de la Información. Columnista, redactora y crítica literaria, colabora en diversos medios asturianos (OviedoDiario, La Hora de Asturias, Literaturas.com, RPA…). Acaba de estrenar El gran juego, novela con la que se ha alzado con uno de los más prestigiosos premios literarios a nivel nacional, quizás el más importante para los jóvenes autores: el Ateneo Joven de Sevilla 2011. Con esta obra confirma una impresionante irrupción en el panorama literario estatal, después de alcanzar con su novela anterior, Los libros luciérnaga, el IX Premio Internacional de Novela Emilio Alarcos Llorach (2009). En 2004 ya se había conseguido el IV Premio Tétrada Literaria de Novela Corta por su obra El precio del tiempo. Sus obras, hasta la fecha, se cuentan por premios y es, sin duda, una de las escritoras de mayor proyección del momento. Y por cierto, las bibliotecas siempre han aparecido y jugado un importante papel en su obra…
Tras haber sido galardonada con el Premio Alarcos de Novela por Los libros luciérnaga, la salida de su nueva novela iba a ser un importante reto… ¿le sorprendió alzarse con el Ateneo Joven de Sevilla?
La verdad es que me quedé de piedra. Uno siempre se presenta con la esperanza de ganar, o al menos la ilusión. Pero de eso a que te llamen, a que te digan que sí, que estás ahí…Al principio ni siquiera reaccioné. Para mí el Ateneo Joven era muy importante. No sólo porque creo que es el mejor galardón al que puede optar ahora mismo un escritor de menos de 35 años, sino porque hacía mucho tiempo que venía siguiéndolo, leyendo esas novelas y entrevistando a los ganadores. Me preguntaba: “¿algún día estaré yo ahí?”. Por eso el vértigo.
En El gran juego nos lleva a uno de esos bares que figuran en el recuerdo e ideario de varias generaciones, con sus ceniceros de cinzano en cada mesa… la descripción de su ambiente nos invita a pensar que ha sido un entorno muy próximo para usted…
Sí y no. Mis abuelos, como los protagonistas de la novela, tenían un bar. Pero se jubilaron antes de que yo naciera y jamás lo conocí. Aunque mi madre creció en él, ni ella ni mis abuelos solían hablar de ese período de sus vidas. Pero existió y, como nadie me lo contaba, decidí imaginármelo. Tenía algunas pistas: unas fotos del bar en una Nochevieja, el cenicero de Cinzano que mi abuela conservaba sobre la cocina, el olor que aún persistía en sus viejos mandiles, alguna anécdota que oí contar en mi familia… fui hilando todas aquellas cosas y creando, de alguna forma, un recuerdo inventado.
Y allí nos encontramos con la niña protagonista, la hija de los dueños del bar, que representa una imagen conocida para el lector: la del niño que se cría en el bar, cuyo entorno se rodea de adultos que le hacen participe de sus historias… un personaje con muchas posibilidades literarias…
¡Claro! Siempre me llamaron la atención los niños que se crían en los bares, que crecen rodeados de adultos, de vino, de humo, que hacen sus deberes sobre una lata de aceitunas, que ven a sus padres en la barra y la cocina… de alguna forma viven una infancia que no es tal. Me interesaba esa soledad, esa isla que puede llegar a ser un niño en mitad de un bar.
¿Qué le condujo a ubicar la novela en los años sesenta…?
Básicamente que fue la verdadera época en que mi madre fue niña en un bar. Pero en ningún momento se dice la fecha exacta en la que transcurre la historia, porque tampoco quería hacer un retrato hiperrealista de aquellos años, sino hacer un fresco de una época que se desarrollaba en blanco y negro, cuando regresaban los indianos, la gente veía películas de Passolini en los cines y los Beatles sonaban en la radio. Como yo me imaginé aquellos años.
La trama comienza con una sorprendente amistad entre esa niña y un anciano, una relación intergeneracional tratada con especial cariño…
Los ancianos y los niños se parecen mucho más de lo que la gente piensa. Ambos, digamos, están “excluidos” de la sociedad, un tanto arrinconados, sin nada que ver en las grandes decisiones; hacen lo que les da la gana, tienen una visión adulterada de las cosas (unos por saber demasiado y otros por no saber casi nada) y una necesidad especial de cariño. Son buenos aliados. Los niños pueden aprender mucho de esas personas que les están pasando el testigo, y los ancianos pueden comprobar que la vida sigue. Yo fui una niña que creció rodeada de ancianos, y sus historias y manías, para lo bueno o para lo malo, marcaron mi vida.
Podemos encontrar algún rasgo común con tu anterior novela, con esas historias que se van cruzando en torno a la trama central…
Sí, no lo puedo remediar. Mis libros son como cajas chinas, en las que abres una y te encuentras con otras. Me gusta ir armando de misterios y personajes las historias y hacer que, casi sin que el lector se dé cuenta, lo secundario resulta que se convierte en lo principal.
“Mis libros son como cajas chinas… Me gusta ir armando de misterios y personajes las historias y hacer que, casi sin que el lector se dé cuenta, lo secundario se convierta en lo principal”
Y también en el estilo, con esos pequeños capítulos que estructuran la obra y también facilitan la lectura, que lejos de detenerla, contribuyen a la continuidad y adictividad de la misma…
Eso, más que una manía de escritora, es una manía de lectora. Lo que ocurre es que a mí me encanta leer los libros de capítulos cortos, porque suelo dividir mis lecturas por capítulos, y dejar uno a medias me da mucha rabia, como cuando te despiertan en medio de una siesta. Así me digo: un capítulo más y me echo a dormir, me acabo este capítulo y salgo de casa, cuando termine éste cierro el libro y miro por dónde está pasando el autobús. Y lo que me suele ocurrir es que me duermo a las tantas, llego tarde y me paso de parada. Por eso escribí así la novela: para evitar insomnios, retrasos y despistes.
Una semejanza más, volvemos a encontrarnos con una novela coral, en la que sorprende su habilidad para trazar personajes…
Es lo bueno que tienen los bares: en ellos puedes meter a todo tipo de personas. Desde el médico al periodista, desde el soñador al obrero. Todo se teje en un bar.
Permítame una más… ese tono mágico que impregna la narración…
¡Muchas gracias! Algunas personas han dicho que les recuerda a la atmósfera de las películas de Jean-Pierre Jeunet o a la de los cuadros de Magritte. Es un libro donde hay mucha fantasía, pero a la vez también mucho sudor. Es una historia de nieve, de buhardillas llenas de relojes, de juegos…pero también de humo, de sacrificio, de llagas en las manos y mucha soledad.
Y ya acabo… en Los libros luciérnaga las bibliotecas tenían un importante papel, incluyendo una bibliotecaria entre sus personajes, ahora vuelve a hacernos un guiño con otro personaje que homenajea a una bibliotecaria insigne, María Moliner…
Así es. Ese personaje se llama Tilda, la pequeña escritora de diccionarios. Siempre me fascinó María Moliner, la forma en la que durante años fue escribiendo a solas en su casa, por las tardes, cuando salía de la biblioteca, un maravilloso diccionario al cuál le debemos mucho todos los escritores. El personaje de Tilda, de alguna forma, me permitió homenajear a todas aquellas personas como Moliner, y cuyo nombre desconocemos, que han dedicado su vida a reunir palabras y dárnoslas como un regalo. Porque, ¿quién mira el nombre de las personas que escriben diccionarios?
Sus novelas tienen la magia de la sorpresa, tanto en la acción como en la narración, pese a estas semejanzas son completamente distintas, y podríamos decir que son distintas a lo publicado habitualmente… ¿ha sido este uno de sus objetivos como autora?
En cierta forma sí. Lo que pretendo con cada libro es descubrir, reinventar, hacer cosas nuevas e ir aprendiendo y viendo. Es como viajar: el viaje siempre es el mismo, pero el destino nunca es igual. A veces se viaja en globo a Pernambuco y otras en barco a Tahití. Pero también soy consciente de que ahí están “los fantasmas del escritor”, esas obsesiones que se van colando en todo lo que escribimos, y que de alguna forma también son marca de la casa.
“Con cada libro pretendo descubrir, reinventar, hacer cosas nuevas e ir aprendiendo y viendo”
Ha comenzado a publicar su obra avalada por estos importantes premios y su primera novela no parecía una primera novela, parecía llegar a ella con una importante madurez creativa, suponemos que para llegar a ella ha dejado sin ver la luz alguna que otra obra…
!Muchísimas gracias! La verdad es que sí. No ha sido llegar y tocar la flauta. Imagínate, empecé a escribir mi primera novela con siete años… y después de esa han venido muchas, muchos proyectos que se quedaron inacabados en el cajón, y muchos otros que no le interesaron a nadie. Escribir es siempre una carrera de fondo.
“Escribir es siempre una carrera de fondo”
Ha participado en varios talleres de escritura similares a los que ofrecen nuestras bibliotecas, que a buen seguro contribuirían a forjar el oficio que ahora muestra, ¿cuál es su recuerdo de ellos?
Sobre todo encontrar a gente con quien hablar de libros, que te propusieran retos y que te obligaran a sentarte y escribir. A veces la silla del escritorio te quema y quieres salir corriendo.
Nos vamos encontrando con un importante número de jóvenes escritores, de su generación, que han irrumpido en el panorama literario y se están alzando con importantes premios… pese a la heterogeneidad habrá críticos que les traten como “grupo”…
A mí, de momento, aún no me han metido en ninguno, cosa que agradezco. Creo que es difícil hoy en día encontrar rasgos comunes entorno a los nuevos escritores que no sea el de la absoluta libertad creativa. Nacimos en una democracia, y eso se nota en lo que escribimos.
Lleva un tiempo preparando la edición de un libro de relatos, un nuevo reto creativo… tiene que ser difícil el momento de decidir su cierre y entrega a la editorial…
Muchísimo. Tengo que marcarme fechas a mí misma, porque soy de las que están corrigiendo hasta que le quitan el libro de las manos.
La imaginamos trabajando también en algún nuevo proyecto, ¿podría adelantarnos algo? ¿Lo presentará a algún premio literario o tiene alguna propuesta con alguna editorial?
Decía Tobias Wolff que no había que hablar de lo que se estaba escribiendo, porque entonces tocarás algo que no debes tocar y eso se hará pedazos y no tendrás nada. La verdad es que para eso soy muy supersticiosa. Pero sí, ando metido en otra aventura, otro viaje en globo a un sitio desconocido. Y, de momento, si soy sincera, no tengo ni idea de qué haré con él. El reto es escribirlo. Luego, cuando acabas, cuando pones la palabra FIN, te tocas la barbilla y te preguntas “¿y ahora qué?”.
Fotografías: Iván Martínez
(24 de febrero de 2012)