“En la contraportada del libro reza: “Una frenética peripecia entre el sueño y la realidad”. Me parece que sintetiza bien la novela. Pero, claro, es más, eso es sólo un pequeño apunte sobre la esencia que se va a encontrar el lector: un ritmo intenso, situaciones extremas y la posibilidad de hacerse preguntas sobre muchos temas y, en especial, sobre uno que gravita en cada palabra de esta novela: el miedo, los miedos y la manera que tenemos de afrontarlos”.
Con estas palabras, el escritor Manolo D. Abad (Oviedo, 1968) presentaba para Biblioasturias la obra que supone su primera novela, Elevator (Turbulencias, 2012). Un paso necesario tras la publicación de los libros de relatos Vasos sucios en la madrugada (Septem Ediciones, 2008) y Viajes al fondo del precipicio (Turbulencias, 2012); y su participación en libros colectivos como Songbook (Ruta 66 Ed., 2006), Mensajes de un mundo dibujado (Septem Ediciones, 2007), Palabras con Ángel (AEA, 2008), Una noche de verano (AEA, 2010) y Leyendas Urbanas (Laria, 2012).
Escritor, periodista, crítico de rock y crítico cinematográfico, Manolo D. Abad tiene una larga trayectoria a sus espaldas: entre 1987 y 2008 escribió para la revista Ruta 66; entre 1998 a 2004 editó y dirigió la revista cultural gratuita Interferencias; y en la actualidad es asesor musical de la RTPA (Radiotelevisión autonómica del Principado de Asturias) y colaborador del diario La Nueva España, de las revistas culturales Post Magazine, Literarias y Clarín.
Sin querer desvelar las situaciones extremas a las que se va a enfrentar Nico, el protagonista de esta novela (“No me gusta mucho eso de desvelar la trama, algo que en esta novela es importante que el lector vaya descubriendo por sí mismo. Tan sólo te apuntaré que el protagonista, Nico, se va a enfrentar a una serie de pruebas y situaciones que le llevarán al límite”), Manolo D. Abad nos indica el origen de este personaje y de esta historia: “Parten de un sueño que tuve. No acostumbro a recordar los sueños que tengo, al levantarme se me suelen olvidar. Pero éste, no. Luego, a base de ir dándole vueltas en mi cabeza llegó a lo que es ahora”.
¿Te interesaba jugar con un personaje para bajarlo a los infiernos y desquiciarle?
Sí que me he dado cuenta, hablando con gente, en aspectos que salen a flote en entrevistas y conversaciones, que una de mis características es la de poner a muchos de mis personajes en situaciones límite. Y es así, está claro. Por mucho que pensemos que estamos preparados para afrontar una situación extrema, no lo estamos. Y es en ese factor sorpresa donde encuentro muchos elementos narrativos interesantes y con gran capacidad de sugerencia. La mayoría de las veces no estamos preparados para los desafíos que nos propone la vida. Somos incapaces de saber cómo reaccionaremos ante la zozobra y de ahí que me resulte un aspecto muy sugestivo sobre el que trabajar y escribir.
¿Tenías ganas de dar el salto del relato a la novela?
Bueno, no me lo planteaba como un salto. Quizás porque lo primero que comencé a escribir “en serio” fue una novela que se quedó a medias y que deseo retomar pronto, en cuanto acabe los otros dos libros de relatos que tengo mediados y otra historia que aún no sé en qué va a desembocar, la había planteado como un relato pero no deja de dar vueltas en mi cabeza y no sé qué curso tomará finalmente. Creo que, si lo tomamos como un salto –que yo no lo veo así- éste se ha producido de una forma natural.
La mayoría de las veces no estamos preparados para los desafíos que nos propone la vida”
¿Qué dificultades encontraste a la hora de construir la novela?
Está claro que, aunque ese “salto” se ha producido de una forma natural, sí que he sido consciente en todo momento de que es completamente distinto afrontar una novela que un libro de relatos, incluso en el caso de que esos libros y esas narraciones se escriban con una intención global. El ritmo incansable debía marcar toda la estructura, que, por eso mismo, debía estar cerrada, algo que no sucede en los relatos o, al menos, en mi manera de escribirlos, siempre dejo una ventana en la que algún elemento más se puede añadir, como esas ensaladas multisabores (que a mí me apasiona cocinar, por cierto). La atmósfera requería también un tratamiento específico, situarse en esa frontera entre el sueño y la realidad, como esas películas de ciencia ficción donde lo sorprendente sucede en un ámbito contemporáneo. Por otro lado, muchos de los personajes debían poseer ciertas peculiaridades, un aura extraña y oscura para provocar que esa misma sensación de sorpresa ante lo que le está sucediendo a Nico, el protagonista, se traspasara al lector. Por supuesto, pretendía una narración muy visual, casi cinematográfica. Además, y en consonancia con el ritmo, la narración debía ser muy ágil pero, al mismo tiempo, envolvente, sugestiva.
¿El ritmo y el ambiente onírico fueron, tal vez, lo más exigente del relato?
Sí, no sólo lo más exigente, sino los dos cimientos básicos para la novela. Ambos debían ir unidos y cerrar el ámbito de la narración, que no hubiera ni un solo resquicio para respirar. Por supuesto, me encontré con el típico editor espantado por la corta paginación, que me soltó las milongas habituales de la verborrea ad hoc: está poco trabajado, hace falta definir más al personaje, se le puede sacar más partido a las situaciones, podías detenerte más en las descripciones… ¡Gilipolleces de la actual moda de rellenar de paja para aumentar las páginas y que tan sólo consiguen desvirtuar muchas buenas ideas! Por fortuna, y gracias al consejo de otros amigos escritores como José Ángel Barrueco no le hice ni caso al sujeto en cuestión y seguí adelante.
¿Apuestas, además de por el formato en papel, por el digital para su distribución?
Ha surgido una posibilidad a partir de la venta en internet del libro y creo que hay que aprovecharla. Aunque como lector no recurra al libro digital, creo que sería estúpido cerrarse puertas habiendo la posibilidad de que estén abiertas. Snobismos los menos, sí; hay que llegar a la mayor cantidad de gente posible e intentar lo que a mí me parece básico, que es lograr un grupo de fieles que compren tus obras sin importarles ningún otro aspecto más que el de reflejar un mundo que a ellos les fascine. Eso es el mayor triunfo, fidelizar; no el de un boom concreto con el que das el pelotazo. Eso es algo, además, que te llena de una gran responsabilidad, la de tratar de situarse a la altura de las expectativas de quienes creen en ti.
Escribiste esta novela en 2009. ¿Fue muy largo el proceso de escritura o te supuso mayores dificultades el tiempo de corrección?
La mayor corrección se desarrolló en mi cabeza durante los cuatro años que estuvieron los ingredientes mezclándose. Me resulta ridículo llegar a decir, como algunos afirman, que tacharon mucho. Ahora, con los ordenadores no se tacha: se borra y se vuelve a escribir, se prueba una y mil veces. Esa es la auténtica corrección o correcciones. Y ahí sí que se han dado muchas vueltas: antes de plasmarlo en la pantalla y en los sucesivos retoques y borrados. El proceso de escritura se desarrolló con la misma intensidad que la propia novela. Fueron quince días de casi sangrar. Pero, a diferencia de ciertos autores que vomitan una especie de escritura automática patética y autocomplaciente, aquí esa intensidad vino precedida de una reflexión muy profunda. Nada de ocurrencias ni tonterías momentáneas.
En España los relatos se ven como algo menor. Vivimos un momento de confusión tal, de deriva cultural tan profunda, que el planteamiento que vence es el de la literatura “al peso”…
¿Crees que siguen los cuentos estando minusvalorados con respecto a las novelas?
Totalmente. En España, los relatos se ven como algo menor. Vivimos un momento de confusión tal, de deriva cultural tan profunda, que el planteamiento que vence es el de la literatura “al peso”: es el número de páginas el que justifica una edición porque se da por supuesto que el lector exige eso. Debería comprobarse el número de lectores que son capaces de llegar hasta la última página de muchos de esos tochos inflados artificialmente por unas exigencias estúpidas de un mercado cada vez más esclavo de sus propias mentiras. Elevator no llega a las cien páginas, ¿y qué? No es la paginación la que marca ni la calidad ni el interés de una obra. Según eso, podemos ir tachando autores como Quevedo, Boris Vian o Sábato, por ejemplo. Lo comentaba el otro día con Rubén Paniceres y mi buen amigo Jesús Palacios: ¡nos salía una lista enorme! Volviendo a los cuentos, la exigencia literaria es totalmente distinta a la de una novela. Es una pena que los periódicos hayan dejado de publicar prácticamente relatos y que no exista esa tradición literaria que hay en Estados Unidos con revistas dedicadas a los cuentos que, además, pagan por ellos. Pero, bueno, lamentablemente en España manda una cadena de televisión que, desde su nacimiento, no ha hecho más que supurar una porquería que ya alcanza a la mentalidad de unas generaciones que sólo son fuerza de trabajo cateta que no vale más que para llenar macrodesguaces en naves industriales; masa moldeable, estulta y despersonalizada que sólo sabe de reacciones básicas: conseguir pasta (de la forma más fácil y rápida posible), beber, drogarse, follar. Todo de una forma amoral, vacía y despiadada. Sin ningún rumbo ni sentido.
lamentablemente en España manda una cadena de televisión que, desde su nacimiento, no ha hecho más que supurar una porquería que ya alcanza a la mentalidad de unas generaciones que sólo son fuerza de trabajo cateta…”
¿Qué proyectos tienes entre manos ahora? ¿Regresas al relato?
Pues sí. De ese período posterior a Elevator, entre 2009 y hoy, hay dos libros de relatos a medias que quiero terminar. El primero, son varias narraciones de serie negra, que me están sirviendo no voy a decir que como divertimento, pero sí liberadoras de la presión que me está llevando un relato de amor que me ha invadido en los últimos meses y que no sé en qué quedará, quizás incluso alcance hasta para una novela. No me pongo ningún tipo de coto, espero que fluya por sí misma. Por otro lado, el otro libro de relatos está centrado en el mundo del rock desde una perspectiva alejada de las luces de las estrellas, más cerca de lo real no de lo mítico, del componente cotidiano, de la supervivencia, del amor a algo que es tu vida aunque no llegue para ser tu medio de vida o, si lo es, te supone una serie de renuncias a lo que es asumido como normal. Las aristas de este libro aún creo que me dan a dar para muchas ideas y situaciones. Se va a hilar también a través de los títulos de los relatos que van a ser canciones de rock, pero no las típica-tópicas sino temas que expresen el interior de la propia narración.
¿Vas a seguir ahondando en la narrativa de serie negra o te apetece cambiar de género?
No me apetece encerrarme en un tipo exclusivo de literatura, aunque está claro que en la serie negra me encuentro muy a gusto. En una serie negra heterodoxa, alejada de los tópicos, por supuesto y a ser posible. Es evidente que uno tiene su propia personalidad y que ésta marca su obra, pero hay que evitar encasillarse y ese es un reto creativo más que no desdeño en absoluto. De hecho, la historia de la que te hablaba antes que no sé si quedará en una narración breve o en una novela, es una historia de amor, en esa frontera del amor platónico y el amor tangible, y está suponiendo un verdadero desafío. Quizás porque probablemente haya mucho de mí en esa historia, bueno, seguro; y me resulte difícil separarme como narrador de esa situación, que, por supuesto, también se alimenta de la propia vivencia. Con lo que el proceso se desarrolla muy lento, con mucha precaución en lo personal y más en lo creativo… Un reto excitante en cualquier caso.
-Fotografías: Pablo Lorenzana-
(15 de abril de 2013)