Entrañable, directo y admirablemente lúcido, nos recibe con una sonrisa simpática y melancólica que endulza sus 81 años. Un par de cafés y un buen número de cigarrillos acompañan sus palabras.
Ángel González es considerado uno de los mejores poetas vivos de nuestro tiempo. Es toda una referencia para muchas generaciones y el poeta más leído en nuestras bibliotecas. Nacido en Oviedo (1925), tras la llegada de la dictadura se traslada a Estados Unidos donde impartió clases universitarias de Literatura Española Contemporánea hasta su jubilación. En la actualidad reside en Madrid. Autor clave para la poesía social de los 50, ha sido galardonado, entre otros, con el Premio Antonio Machado en 1962, el Príncipe de Asturias en 1985, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1996 y el Internacional de Poesía Ciudad de Granada en 2004. Actualmente es miembro de la Real Academia Española. En su obra destacan títulos como Áspero mundo, Palabra sobre palabra, A todo amor, 120 poemas y Otoños y otras luces, todos ellos disponibles en nuestras Bibliotecas, junto con sus numerosas antologías. De lectura imprescindible.
Visita Asturias como jurado del Premio Alarcos de Poesía. A este evento se suman un buen número de actos desarrollados en nuestra Comunidad en torno a este género literario. ¿Corren buenos tiempos para la poesía en Asturias?
Yo creo que muy buenos. No sólo por estos actos sino también porque hay muchos poetas y de calidad. Me sorprende la cantidad de poetas interesantes con los que contamos actualmente en Asturias.
¿Qué papel han jugado las bibliotecas en su formación intelectual?
Cuando yo era un niño, antes de la guerra civil, en mi casa me hicieron socio del Ateneo de Oviedo, con dos funciones, una era para asistir a las clases de francés y otra para frecuentar la biblioteca, para acostumbrarme al contacto con los libros. Yo iba a aquella biblioteca y sacaba cuentos de Salgari y de otros autores propios de mi edad. Esa fue una primera experiencia que me llenaba de satisfacción e incluso de orgullo.
Después perdí el contacto con las bibliotecas hasta que llegué a Estados Unidos, consulté muy buenas Bibliotecas Universitarias, en las que encontré la información que necesitaba para la enseñanza.
En su periplo vital usted ha conocido bibliotecas de muchas partes del mundo, ¿podría hacer una comparación con las españolas?
Cuando yo me fui las bibliotecas españolas eran una lata, había que esperar mucho tiempo para que te dieran un libro, no podías cogerlo inmediatamente, como ocurría en Nuevo Méjico, donde podías incluso devolverlo en el plazo de un año, a no ser de que alguien lo pidiera, en cuyo caso te lo reclamaban. Esa facilidad para acceder al libro en una Biblioteca yo en España nunca la había visto.
“Nacer en una casa donde haya libros es una ventaja, tener familiares que sean lectores también lo es”
Su último libro, La Poesía y sus circunstancias, ¿supone un punto y aparte en su obra?
Supone un punto final. Al menos dentro de la crítica. Este género no lo voy a hacer ya. En este momento no acepto ni los encargos para conferencias. Los artículos que contiene esta obra nacieron al amparo de mis clases de literatura y al hecho de explicar durante años los mismos textos, los mismos autores, algo que me daba ideas para escribir y reflexionar sobre ellos.
Han pasado 50 años desde su primer poemario: Áspero Mundo, ¿en qué momento creativo se encuentra?
Yo en estos momentos no estoy escribiendo nada. Llevo ya una buena temporada así.
¿Es posible eso para un poeta?
Sí, ya me ha sucedido muchas veces… (duda) y acaba pasando. A veces cruzan algunas ideas por la cabeza pero no las llego a plasmar en el papel.
Es estimulante para el poeta observar cómo a lo largo de estos años sus poemas han mantenido la frescura, la brillantez, la modernidad…
Hombre, pues sí, ahora me acaban de reeditar, precisamente con el cincuentenario de Áspero mundo y con mi segundo libro Sin esperanza ni convencimiento. También me reeditan, con un prólogo muy extenso, mi Tratado de urbanismo. Sí que es una alegría ver como se mantiene ese interés hacia mi obra.
En sus poemas siempre está presente la realidad, ¿parte de ella para su creación?
Sí, siempre parto de alguna experiencia real, de algo que me sucede o que sucede en mi entorno cercano. Siempre parto de la realidad. Pero también uno está inscrito en una tradición y consciente o inconscientemente recoge muchas influencias, muchas lecturas. Northrop Frye afirmaba que “todo poema nace de otro poema”.
Otra de las características de su poesía es el preciso uso del lenguaje, que aparenta sencillez pero esconde perfección.
Yo soy, creo o trato de ser muy cuidadoso con el lenguaje, trato de ser muy exigente, busco la claridad, la precisión. Todo eso no impide que la palabra poética tenga un margen de ambigüedad, siempre lo tiene, por muy clara que sea.
El compromiso humano siempre ha sido una constante en su obra.
Yo comienzo a escribir en una época muy dura, muy difícil políticamente. Una época que viví de una manera muy directa, aquí en Oviedo: la guerra civil, la posguerra… todo eso me afectó. Todo ello se incorporó a mí, y aunque sean las historias de muchos, también era mi personalísima historia, por lo tanto al escribir eso sale, sin ninguna premeditación. Es parte de mí.
¿Escribe con el deseo de que desde la poesía se pueda cambiar algo?
Cuando comenzamos a escribir, yo y otros poetas con los que hablé de esto, como Gil de Biezma, pensábamos que la denuncia podía contribuir a crear una conciencia, y de alguna manera podía contribuir a que si la conciencia de la gente cambiase, quizás las cosas también cambiasen. Eso lo creímos una temporada, recuerdo una conversación con Jaime (Gil de Biezma), cuando parecía que el régimen se iba a caer, con las huelgas de Asturias… creíamos que cualquier aportación, de inquietud, de conciencia, por pequeña que fuese podría servir de algo… Nada. No sirvió para nada. Yo pienso que el arte en general, y la poesía en particular, cambian nuestra percepción del mundo y como el mundo es tal y como lo percibimos, cambiar la manera de ver el mundo equivale en cierta forma a cambiar el mundo.
¿En qué momento el poeta decide cerrar un conjunto de poemas para darle forma de libro?
Yo no escribo libros, escribo poemas. Hay gente que escribe libros elaborados ya en la mente previamente. Mis libros están escritos en un período relativamente corto, cuatro o cinco años, y por lo tanto tienen cierta coherencia porque están escritos a partir de las preocupaciones de los acontecimientos que transcurren en ese tiempo, acaban teniendo por tanto cierta coherencia. Yo decido cerrar el libro cuando veo que se agotó esa vena, esa veta, y después le pongo un título en función de los poemas que lo forman.
Ahora se lee más que nunca pero la poesía sigue siendo un género poco leído, ¿en qué forma podría sugestionar a los lectores para que se acerquen a ella?
Pues no lo sé. La poesía siempre fue un género poco leído en comparación con otros géneros. Es una lectura más difícil, exige cierta preparación por parte del lector, tiene que recrear, interpretar el poema. Eso puede hacer que tenga menos lectores. Aunque como usted dice, se lee más que nunca, también más poesía. Se edita más y se edita bien, cuando yo comencé a escribir apenas había ediciones en poesía. Yo creo que también influyen mucho las corrientes que dominan en este género, una corriente muy hermética, esteticista, difícil, echa para atrás a los lectores, en cambio una poesía que comunica cosas, que dice algo, que el lector entiende, acerca y aumenta el número de lectores.
¿Qué se están perdiendo quienes no leen poesía?
Se están perdiendo algo importante, la poesía es un género literario lleno de emoción, de intensidad, y de ideas, todo ello directamente condensado en un pequeño texto.
¿Qué podemos hacer desde las bibliotecas para fomentar la lectura de la poesía?
No se puede imponer nada, sería contraproducente, lo que hay que hacer es mostrarla, decir “aquí está esto”. En la escuela sí que se puede hacer una gran labor, más que en la biblioteca, dar de leer a los niños la poesía adecuada, enseñar al niño que eso existe, decirle que pruebe y si no le gusta que lo deje.
Comentaba que fueron sus padres quienes le abrieron el camino a la lectura, al inscribirle en la Biblioteca del Ateneo, ¿cree que es tan importante que el entorno familiar fomente la lectura?
Sí que es muy importante. Nacer en una casa donde haya libros es una ventaja, tener familiares que sean lectores también es una ventaja para el niño. Es una desgracia nacer en una casa donde no haya libros, exige por parte del niño un esfuerzo que no todo el mundo puede hacer.
¿Recuerda alguna lectura que le haya marcado especialmente?
En principio, cuando comencé a leer, me marcó mucho Juan Ramón Jiménez, su Segunda Antología Poética fue en gran parte el impulso necesario para que comenzara a escribir, junto con algunos poetas del 27 que leí cuando tenía 18 o 19 años. Todo eso me marcó y me influyó mucho. Más tarde entendí mejor a Antonio Machado, fue quizá la última gran influencia que yo tuve, pero ya en una segunda etapa.
En la actualidad, ¿cuáles son sus lecturas?
Releo mucho. Leo poco a los poetas jóvenes, tengo amistad con algunos y eso me estimula a leerlos, pero curiosidad por los nuevos tengo menos. Creo que es natural, pasa con toda la gente que envejece, llegamos a un momento en lo que lo actual nos es un poco ajeno.
¿Hay sitio en sus lecturas para la narrativa o para otros géneros?
Sí, claro. En cuanto a la narrativa actual, yo recomiendo a Juan Marsé, y entre los más jóvenes a Almudena Grandes, por ejemplo.
En su dedicatoria nos escribe las palabras solidaridad y esperanza. ¿Son éstas las carencias que el poeta observa en nuestra sociedad?
Sí, la solidaridad se ha atenuado desde que yo comencé a escribir, era más viva en momentos difíciles, es lo que suele pasar. La esperanza también estaba más viva y poco a poco se ha ido diluyendo. Yo creo que la gente ahora es menos solidaria y no sé realmente.
(Publicado en Biblioasturias02)