Licenciada en Historia por la Univ. de Salamanca. Tras un breve paso por la enseñanza, en 1971 empieza a trabajar como bibliotecaria enla Universidadde Oviedo. En 1972 pasa a la Biblioteca Pública de Oviedo y a partir del 15 de julio de 1985 comienza a trabajar como Jefa de la Sección de Bibliotecas en la coordinación de la Red de Bibliotecas Públicas Asturianas. Entre 1998 y 2002 ejerce el cargo de Directora dela Bibliotecade Asturias “Ramón Pérez de Ayala”, regresando en 2003 al puesto de Jefa dela Secciónde Coordinación Bibliotecaria, cargo que desempeña hasta su jubilación, el 12 de enero de 2009. Cuenta con un buen número de publicaciones, comunicaciones y artículos profesionales, ha sido comisaria de diversas exposiciones bibliográficas, y ha impartido numerosos cursos relacionados con su profesión.
Recuerdos y olvidos de mi biblioteca
Siempre viví rodeada de libros. En aquella inmensa casa de la calle de Uría, en las casas del Cuitu, en Oviedo, en la que mi padre, lector impenitente, había reunido una biblioteca modesta pero interesante, con predominio de tema y autor asturiano, formada por varios estratos sobre la base de la de un antepasado suyo, Restituto Álvarez Buylla, capataz de minas, nacido en Pola de Lena en 1828, autor del trabajo titulado Observaciones prácticas sobre la minería carbonera de Asturias (Oviedo, 1861). Milagrosamente, se han conservado hasta hoy con su ex libris algunos ejemplares de verdadero interés, como la Colección de poesías en dialecto asturiano, de 1838, Plutarco en castellano, 6 volúmenes, 1840, o las Aventuras de Gil Blas de Santillana, en 2 volúmenes, de 1844, o El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, en 6 volúmenes, de 1839.
Mi padre se reunía a cenar todos los sábados, sin mujeres, con sus íntimos amigos, el culto psiquiatra don Santiago Melón y Ruiz de Gordejuela y el también médico pediatra, bibliófilo y escritor en asturiano don Antonio García Oliveros. Bebían whisky y hablaban de libros. Don Antonio traía siempre un poema en asturiano, en el que aludía a la situación personal de cada uno.
Yo escuchaba, miraba, tenía siempre libros a mi alcance y heredé, además de estos recuerdos, la biblioteca. Biblioteca a la que se fueron añadiendo más estratos: la que fuimos incrementando mi marido y yo, una parte de la del Catedrático de Historia del Derecho Ramón Prieto Bances, la de mi tía Sara Álvarez-Valdés y algo de la de nuestros hijos, que por falta de espacio no pueden llevarse.
Mi madre, de familia asturiana, nacida en Burgos y crecida en Madrid, había sido, junto con sus hermanos, alumna dela InstituciónLibrede Enseñanza. De esto me enteré muy tarde, pero sí de que le inculcaron el amor a los libros y a la lectura y que ella nos transmitió.
El recuerdo más remoto que tengo de ella es leyéndome el Maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia, dela Premio Nobel Selma Lagerlöf. De ahí partió mi amor a la lectura y mi afición a viajar. Viajes en los que, como nómadas, nos llevamos auténticas maletas viajeras en nuestro bibliobús particular (léase autocaravana).
Vuelvo atrás y a otras lecturas que recuerdo, que extraño, con absoluta nitidez: Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, en una edición preciosa de la Residencia de Estudiantes, de 1932; Corazón, de Edmundo de Amicis, con su lectura lloré horas y horas; leí TBOs, todos los libros de Antoñita la fantástica, de Borita Casas, Mujercitas, de Louisa May Alcott, obras dela Condesa de Segur, etc., etc.
Recuerdo el día de Reyes ir a casa de mi tío Ramón Prieto Bances a recoger el regalo, siempre un libro, y la tremenda desilusión al recibir La vida de los insectos o Velázquez, las Meninas y sus personajes.
También quiero tener unas palabras para aquel colegio de monjas teresianas en el que, a lo largo de todo el Bachillerato, la lectura estaba muy presente; se leía en alto a la hora de hacer labores, durante las comidas, etc.
Ya en la Universidadde los primeros años sesenta, años de efervescencia cultural, en la que hice los dos cursos comunes de Filosofía y Letras en el caserón de la calle de San Francisco, el inicio a la lectura adulta. Recuerdo a Fernando González Corugedo con el Ulises, de Joyce, y disertando sobre él, o a Bienvenido Álvarez recitando el Sóngoro Cosongo, de Nicolás Guillén, en los locales del SEU de la calle de Uría.
Años de lecturas compulsivas y anárquicas: el deslumbramiento con El extranjero, de Albert Camus, en una edición de Buenos Aires de Emecé, en la misma editorial en que leí a Jorge Luis Borges con El Aleph y la Historia Universal de la infamia. Los asturianos Clarín, con La Regenta, que leí en la segunda edición, de 1908, o Tigre Juan y El curandero de su honra, de Ramón Pérez de Ayala, o La hermana San Sulpicio y Marta y María, de Armando Palacio Valdés, y Nosotros los Rivero, de Dolores Medio.
La lectura deslumbrada de la literatura latinoamericana, autores y autores, García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Juan Rulfo, Alejo Carpentier…
Leyendo y leyendo encontré una profesión maravillosa, la de bibliotecaria, y con la unión de mi biblioteca particular, y que sigue siendo la biblioteca de mi vida, a la de todas las bibliotecas públicas de Asturias, sigo leyendo y leyendo y vuelvo a decir, como ya dije en otra ocasión, parafraseando a Antonio Muñoz Molina, que dos de las cosas que más me gustan en el mundo son los árboles y los libros.