El soporte del texto y el concepto del libro como objeto han ido cambiando a lo largo de la historia. Nos toca ahora asistir a uno de esos cambios, que puede llegar a ser la mayor revolución en el mundo del libro desde la invención de la imprenta.
En nuestras bibliotecas el préstamo de discos ha descendido de manera alarmante. La llegada del formato “mp3” y los aparatos portátiles capaces de reproducirlo han causado una revolución en la música que ha transformado la industria discográfica, haciendo desaparecer un buen número de compañías. Los usuarios han vaciado las estanterías llenas de vinilos y discos compactos de sus casas y se han pasado al almacenamiento digital, favorecidos por las descargas desde internet.
Los bibliófilos comienzan a temer que tarde o temprano sus bibliotecas pasarán por el aro de la digitalización. A diferencia de lo ocurrido con la música, el cambio de formato en el mundo de las letras está tardando más de lo previsto. Si bien la calidad de una canción apenas merma del CD al MP3, todavía resulta mucho más cómodo leer sobre papel que sobre pantallas convencionales (en el móvil o en el ordenador). Pero la importante bajada de precios de los primeros lectores de “tinta electrónica” empieza a resquebrajar buena parte de los prejuicios y reticencias.
Son muchas las cuestiones que se suscitan en relación con el futuro digital de la lectura, como la amplitud y ritmo con el que se impondrá el libro electrónico, los motivos de la resistencia a su introducción, los cambios que experimentará la lectura tradicional, el papel de las bibliotecas o la gestión de derechos de autor. Ante ellas son muy distintas las opiniones de los distintos sectores en torno a la lectura: la del creador (el autor), la del distribuidor (el librero), la del productor (el editor), la del usuario (el lector), la de los intermediarios (las bibliotecas), cuyos intereses pueden ser muy variados y en ocasiones opuestos.
Sin entrar en las posibles valoraciones de cuándo, cómo y cuáles serán las repercusiones de su popularización, queremos aquí contribuir a su conocimiento, pues, pese a estar en boca de todos los profesionales, en el último barómetro de hábitos culturales -realizado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) durante el mes de junio-, nos encontramos con el sorprendente dato de que, pese al interés y la polémica que suscita el tema, el 51,7% de los españoles no ha oído hablar jamás del libro electrónico.
La primera de las dudas surge en su propia denominación, que tiene un doble sentido. Al igual que con el término “mp3” denominamos tanto al archivo musical como al aparato que lo reproduce, el término “e-book” está siendo utilizado tanto para la obra en formato digital, como para el lector de la misma. La denominación correcta de este lector debería ser “e-book reader” -por reducción se viene utilizando “e-reader”-, o en castellano “lector de libros electrónicos”.
Con escasas variaciones según los modelos, el lector de libros electrónicos es un dispositivo del tamaño de un libro convencional, muy ligero, de extraordinaria portabilidad, en el que la mayor parte de su superficie está ocupada por una pantalla de entre seis y ocho pulgadas (entre 15 y 20 cmts. de diagonal). En todos ellos puede regularse el tipo y tamaño de letra y algunos incluyen diccionario, teclado y reproductor de mp3, así que también sirven para añadir notas, ojear blogs o escuchar música mientras se lee. Comienzan a contar con conexión wifi y en breve se podrán descargar todo tipo de contenidos on-line para su lectura inmediata, prensa incluída. Su capacidad de almacenamiento interno varía entre los modelos, aunque es casi ilimitada al poder leer tarjetas de memoria SD. Suelen pesar menos que un libro de tapa dura, y tener entre manos uno por primera vez resulta siempre sorprendente.
Una característica común y clave en su evolución es el uso de una tecnología denominada “e-ink” (tinta electrónica). Las pantallas LCD de los ordenadores emiten luz y ofrecen poca definición porque la imagen se está generando continuamente: da igual que estemos viendo un vídeo o leyendo un documento, siempre se están regenerando decenas de veces por segundo. Las pantallas de “tinta electrónica” están compuestas de multitud de bolas de un color por cada lado que giran en función de la imagen que quieran mostrar (como un mosaico en las gradas de un estadio). Así, la imagen es estática hasta que pasemos de hoja, por lo que es mucho menos agotadora para la vista y cuenta con un consumo ínfimo de batería (sólo gasta cuando se cambia de página, cuando las pequeñas bolitas cambian su orientación). Un libro electrónico puede funcionar semanas sin necesidad de recargar electricidad. No está retroiluminado y precisa de luz exterior para su lectura, no se ve afectado por los reflejos del sol y tiene un ángulo de visión de 180 grados aspectos que asemejan su lectura a la de un libro convencional.
Suelen leer una gran cantidad de formatos, tanto de archivos de texto, como de imagen o música. En un principio, la mayoría de las empresas fabricantes de libros electrónicos habían tratado de individualizar sus lectores, impulsando su propio formato de archivo de texto. Ello generó una proliferación de formatos que ha trajo consigo un esfuerzo en el software para garantizar su lectura. Por suerte, las empresas han visto que con esa línea sólo estaban consiguiendo disgregar el mercado y en la actualidad la gran mayoría han adoptado el formato ePub, que ha desbancar al formato pdf, que en un principio parecía iba a ser el más extendido.
Pero estamos asistiendo a las primeras versiones de una tecnología aun muy temprana -que todavía no soporta características básicas de la imagen como el movimiento o el color- y cara, aunque los lectores han bajado más de un tercio sus precios y todo apunta a que esa bajada continuará hasta quedarse en poco más de los cien euros por dispositivo. Aún queda también por aprovechar una de las principales virtudes del papel electrónico: su absoluta flexibilidad. Actualmente todos los modelos llevan una lámina a modo de pantalla en un dispositivo rígido, pero se estudia la manera de fabricar lectores que puedan plegarse y enrollarse. Pese a lo avanzado, el desarrollo tecnológico del libro electrónico parece que no ha hecho más que empezar.
Respecto a los contenidos, no son muchas las tiendas on-line existentes en castellano y aun no están disponibles en este formato todas las novedades editoriales, pero sí que pueden bajarse de la Red gratuitamente obras clásicas libres de derechos de autor, libros ofrecidos “libremente” por sus autores e innumerables páginas o blogs dispuestos para su lectura. Las bibliotecas digitales son una fuente importante de alimentación para nuestros e-book´s, con millones de obras en acceso libre y directo que recogen el trabajo de digitalización realizado desde miles de bibliotecas públicas. La polémica respecto a la gestión de derechos llega con acciones como la protagonizada por el gigante Google, que ha comenzado a ofrecer un millón de libros electrónicos gratis, todos en formato “ePub” y accesibles a través de su buscador: Google Books. También son innumerables las páginas web, blogs y foros que recopilan libros digitales listos para su descarga gratuita, por encima de la legalidad, así como los miles de obras que pueden conseguirse en las redes de intercambios de archivos P2P.
Una de las mayores polémicas en torno al libro electrónico es la gestión de los derechos de autor. Mientras que los editores estadounidenses controlan los derechos electrónicos de sus autores, pudiendo negociar cesiones masivas para su comercialización en formato e-book, los editores españoles no cuentan con los derechos digitales de sus autores, y la negociación para la publicación de un e-book ha de hacerse de forma muy personalizada, autor por autor. Un problema importante para nuestra industria editorial, que se ve agravado por la dificultad para gestionar y controlar el cobro de esos derechos en la venta on-line, que a buen seguro se verá superada por el fenómeno del “pirateo”. Aunque los libros no se consumen como la música o los juegos, el ejemplo de la industria discográfica ha de ser muy tenido en cuenta por parte de nuestras editoriales, que han de estar muy atentas a la evolución del uso de esta tecnología.
La introducción de los lectores de libros electrónicos en las bibliotecas puede responder a una estrategia comercial. En EEUU la multinacional Sony ha llegado a un acuerdo para dotar de libros electrónicos y un corto catálogo de títulos a las bibliotecas que forman parte de la OCLC (Online Computer Library Center), una de las más importantes redes de bibliotecas, con 50.540 bibliotecas en 84 países de todo el mundo. Sony dará a cada una de ellas cinco lectores de libros electrónicos del modelo PRS-505 y acceso a una colección de títulos variados, tanto de novela como genéricos, dentro de su servicio Sony Reader Mobile Collections. Las bibliotecas podrán descargar esos libros electrónicos en sus ordenadores o directamente en los e-book’s que pueden prestar tanto para su uso dentro de las instalaciones como fuera. Las licencias de los libros van también incluidas en el préstamo. De estos préstamos Sony no obtiene ningún beneficio directo, aunque sí se lleva uno determinante para el futuro del libro electrónico: que el usuario habitual de libros se vaya acostumbrando a tener la opción de escoger el libro electrónico.
En nuestro país aun no se han experimentado este tipo de incursiones comerciales, aunque sí que ya hay varias bibliotecas que prestan un servicio de préstamo de libros electrónicos con experiencias interesantes, como la realizada en la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC), que ha implantado en tres bibliotecas del campus el préstamo del libro electrónico y la presentación en este formato de proyectos de fin de carrera y másters; o en la Universidad de Granada, que ha dispuesto cinco lectores en cada uno de usos 22 puntos de servicio bibliotecario para su préstamo, de manera similar al que se realiza con los libros. Ambas se han realizado con los lectores Papyre 6.1, de la empresa española Grammata. Experiencias similares se han realizado en algunas bibliotecas públicas, pero sus resultados aun no admiten una valoración concluyente. De cualquier forma, las bibliotecas han de estar muy atentas a la evolución del uso de este nuevo formato de lectura.
(Publicado en Biblioasturias15)