La elección por nuestros lectores de su aclamada El palacio azul de los ingenieros belgas como mejor obra de la literatura asturiana ha coincidido con el lanzamiento de su nueva novela: A la sombra de los abedules, editada por Trea. Una historia de amor, de aprendizaje, del encuentro entre dos religiones, con la que regresa a la apasionante Asturias del medievo.
Habíamos concertado esta entrevista para hablar de su nuevo libro, pero hemos de comenzar felicitándole y haciendo referencia a la elección por nuestros lectores de El palacio azul de los ingenieros belgas como mejor obra de la literatura asturiana contemporánea…
Eso es mucho decir, aunque no entiendo muy bien lo de “literatura asturiana” porque nunca entendí que Cien años de soledad fuera literatura colombiana o que Pedro Páramo fuera literatura mexicana. Sí entiendo, sin embargo, que los magníficos libros de Xuan Bello o de Antón García, escritos en bable, son literatura asturiana. No obstante agradezco a los lectores su elección y me llena de satisfacción.
Han pasado ya ocho años desde esa última publicación y seguro que muchos lectores están deseando encontrarse con su nueva novela… en ella retoma la etapa histórica de Los clamores de la tierra, enlazando ambas obras con un personaje que los lectores recordarán: Magilo, el errante.
Los peces no saben que están mojados. Nadamos en tiempos que no sentimos, como el pez no siente el agua porque está dentro de ella. A veces es preciso retroceder, salirse de la pecera. Yo me fui hasta el principio del siglo X. y allí aún estaba Magilo. Él enseña que es a través de los sentidos, de la imaginación y del cultivo de las pasiones, y atendiendo a la memoria o a la experiencia, personal y colectiva, como se puede construir un mundo concreto y habitable para todos. Sus enseñanzas son míticas, es decir, el contrapunto a las abstracciones científicas o la tiranía de la tecnología. El agua que en este tiempo nos contiene como peces, pudiera ser, por ejemplo, la energía. Ya sabes, el petróleo, la energía nuclear y todo eso. Magilo es esa voz que nos falta.
“Toda obra literaria es una búsqueda de la belleza”
Arbidel en Los clamores…, Nalo en El palacio azul…, y aquí Melendo… otro joven protagonista para una nueva historia iniciática, de aprendizaje…
Me interesa siempre ahondar en el momento en que se abandona la infancia, en el tiempo en que uno reconoce unos valores que decide, o no, hacer suyos. Es la edad del descubrimiento, de la conformación de la personalidad, del inicio de la sabiduría a través del conocimiento del mundo y de uno mismo. El descubrimiento de uno mismo siempre es apasionante, y, si la evolución psicológica es natural y consecuente, debe producirse en esa época. Por eso me interesa.
Es común en su obra la aparición de la sabiduría casi siempre vinculada a la vejez… aquí aparece por partida doble, encarnada por dos personajes “secundarios” muy importantes: Flaino y Magilo…
Flaino, es joven. Él representa la sabiduría de los libros. Magilo, la sabiduría de la naturaleza. Ellos no le hablan a Melendo de verdades definitivas, sino de verdades por descubrir.
A la sombra de los abedules es también una bella historia de amor…
El amor es el mayor y más determinante de los descubrimientos a los que hacía mención. He imaginado estos personajes en un mundo antiguo, alejado, oscuro y sin duda muy diferente al nuestro, pero los he obligado a sentir como siento yo, a interrogarse de la misma manera en que lo hago yo, porque la luna es la misma, el agua sigue siendo dúctil, el viento sopla con la misma fuerza, la lluvia moja, las llamas del fuego siguen siendo un misterio, los remansos transmiten paz, el amor trastorna de la misma forma, los abedules regalan sombra y los cisnes brillan al atardecer, igual entonces que ahora.
Cobra especial protagonismo en la novela un importante cambio social de esta época: el cristianismo se fusiona y avanza sobre el paganismo, sobre el antiquísimo culto a la naturaleza…
El cristianismo se apropió poco a poco de todo cuanto existía. Hubo un momento de fusión que duró siglos. En el tiempo de esta historia, las creencias y supersticiones antiguas aún estaban muy presentes en la gente. Se fue cambiando el perfume de la tierra por el olor de las velas. Entre los siglos IX y X se organiza la red de santuarios rurales. Ahí está el santuario de San Cosme y San Damián, que aún tiene una fuerte presencia en este valle. La tutela divina de un santo, sumada a la de los antiguos númenes, daba más seguridad y confianza. Las gentes salían de presenciar el sacrificio de la misa e iban a sus banquetes nocturnos, donde en medio de cánticos y hogueras en honor de la luna, los animales eran inmolados. Los flujos y reflujos de esta confusión son apasionantes.
“La Literatura debe entretener, informar y formar”
Y es que la novela también es una historia de amor a la naturaleza, que enmarca en un territorio conocido y querido para usted, el Valle de Cuna, Cenera, su entorno…
La gente vive atenta al movimiento de los astros, al vuelo de las aves, al crecimiento de los árboles y a los sonidos del bosque. Las llamas hablan, el agua canta, los vientos se enfurecen. La naturaleza lo es todo. El hombre y la naturaleza viven en continua confrontación, para bien y para mal. Se buscan respuestas mágicas, teológicas, que se traducen en ritos propiciatorios en los que se pone toda la esperanza. Da igual que esa esperanza venga de un druida o de un sacerdote cristiano, porque la vida está constantemente sometida a peligros y calamidades. Las filacterias y las hierbas mágicas conviven con el poder de la cruz. Elegí una historia incrustada en la naturaleza. Conocía esta naturaleza, que observo cada día, mejor que ninguna otra. Aquí también hubo historia en aquella época. ¿Por qué no aquí?
Fiel a su estilo, vuelve a recurrir a la narración en primera persona, en la que el protagonista narra su historia al lector, le habla…
Elegí esa técnica para ser más fiel al lenguaje oral, a la narración primigenia.
Una narración que toma de la poesía su ritmo y sonoridad, el uso de la metáfora y la búsqueda de la palabra exacta, de la belleza del lenguaje…
Toda obra literaria es por definición una obra imaginativa, una búsqueda de la belleza. Cómo podemos hablar de literatura o de arte sin hablar de calidad. La forma en que se utiliza el lenguaje y se combinan las palabras determina en gran medida esa calidad. Sin esa referencia cualquier folletín sentimental merecería los mismos estudios que las obras de Shakespeare o Cervantes. Como dice el poeta Les Murray, para pensar claro, en el orden humano, uno tiene que ser movido a hacerlo por un poema. Sigo creyendo en esto. Para mí son importantes la sonoridad y el ritmo. También lo es el arte de omitir. Decía Stevenson que un escritor que supiera cómo cortar podría transformar cualquier gaceta cotidiana en una epopeya homérica.
Psicólogo de formación, impregna sus obras con los grandes temas de la filosofía. La reflexión se combina con la acción y enriquece la lectura… ¿persigue hacernos pensar?
La Literatura debe entretener, informar y formar. Las fuerzas exteriores continuamente nos advierten, nos asedian, nos excitan, nos provocan, amenazan nuestro equilibrio interior, siempre precario, porque la vida siempre es incierta, y la ficción, la imaginación, la novela, el arte, supone una protección tan efectiva como necesaria para nuestro equilibrio psicológico y nuestra salud mental. No basta con entretener. Yo, como lector, no busco sólo eso. Como escritor, tampoco quiero ofrecer únicamente pasatiempo.
Hace también una llamada a un lector activo, que pone de su parte y completa la narración…
Primero, como decía, a través del ejercicio del arte de omitir. Hay que dejar que el lector suponga o imagine cosas, porque es inteligente y espera movimientos interiores, cosquilleos, asombros. La obra que le ofreces al lector debe tener múltiples lecturas, debe ser susceptible de ser leída muchas veces.
En la novela aparecen bibliotecas y bibliotecarios de aquellos monasterios medievales que custodiaron el saber, ¿podemos verlo como un homenaje a la importancia histórica de nuestros centros de lectura?
Aquellas bibliotecas eran almacenes del saber, allí se copiaba, se conservaba, se protegía. Sólo unos pocos tenían acceso a los libros de los monasterios. Comenzaba el camino de Santiago y los intercambios ya eran importantes. La única vida intelectual que existía estaba en los monasterios. La mayoría contaban con bibliotecas porque la orden benedictina exigía el estudio. Había escribas e iluminadores. Eran centros de lectura y templos de sabiduría. Igual que lo son ahora.
(Publicado en Biblioasturias19)