La Biblioteca Pública “Jovellanos” tiene sus orígenes en la biblioteca del Instituto fundado por el ilustrado gijonés en 1794. Como se recordará, la biblioteca, que sobresalía por su colección de dibujos y por conservar algunos de los manuscritos del propio Jovellanos, ardió el 21 de agosto de 1936 durante el asalto de las milicias republicanas al cuartel del Regimiento de Simancas, ubicado aquellos días en el edificio que había sido Colegio de los Jesuitas y al que cuatro años antes se había trasladado el Instituto de Jovellanos. En el incendio se perdió toda la colección bibliográfica, todos los dibujos, todos los manuscritos. Pero, acabada la Guerra Civil en Asturias, el Instituto renació y, con el su biblioteca. Durante unos pocos años la Biblioteca siguió ligada al Instituto si bien en 1944 pasó a depender ya del Centro Coordinador de Bibliotecas y a convertirse definitivamente en la Biblioteca Pública de Gijón. Para entonces ya estaba de nuevo en su emplazamiento inicial en el viejo Instituto de la calle de Jovellanos y había empezado a formar su nueva colección a partir de los fondos bibliográficos incautados a las sociedades culturales gijonesas desaparecidas en los últimos meses de la República: los de las Sociedades de Cultura e Higiene y, muy especialmente, los del Ateneo Obrero de Gijón.
El Ateneo Obrero nació en agosto de 1881 por impulso de un grupo de burgueses republicanos y de un pequeño colectivo de obreros cualificados con el objetivo de hacer llegar la cultura a todas las clases sociales para lo que desarrolló un amplio programa de formación y de difusión cultural. El Ateneo contó desde sus inicios con una biblioteca para instrucción y entretenimiento de sus socios; desde unos principios bien modestos, la biblioteca acabó por convertirse, por su volumen y su actividad, en el sostén principal del propio Ateneo, especialmente en las épocas de crisis y dificultades. Con razón, los ateneístas gijoneses podían sentirse orgullosos de una biblioteca que fue, sin duda, la mayor y la más representativa de todas las bibliotecas populares que vieron la luz en Asturias entre finales del siglo XIX y 1937 (se han contabilizado, al menos, 355 bibliotecas) en el marco de un vasto movimiento cultural a favor del fomento de la lectura, sin parangón en el resto de España si exceptuamos, tal vez, el que por esas mismas fechas tuvo lugar en Cataluña.
La biblioteca del Ateneo llegó a tener más de 2.500 socios y cerca de 19.000 volúmenes poco antes de su clausura en 1937. Sin embargo, y para ser más precisos, convendría hablar mejor de tres bibliotecas, al menos, en vez de una sola pues, aunque las tres pertenecían al Ateneo las tres tenían autonomía y vida propia.
La primera y más antigua era la Biblioteca Magnus Blikstad, una biblioteca de consulta formada por enciclopedias, obras ilustradas, libros técnicos e instructivos. Constituía una especie de gabinete de lectura que se completaba con una importante colección de revistas y de prensa nacional y extranjera, de mucho uso. En 1904 se creó la Biblioteca Popular, más tarde llamada Biblioteca Circulante, con el planteamiento innovador para aquella época de permitir el préstamo a domicilio de todo tipo de libros. Esta Biblioteca tenía una Junta Directiva propia (entre cuyos miembros figuraron personas del relieve de Eleuterio Quintanilla, Fernando Vela o Julián Ayesta), destinaba 125 pesetas al año para adquisición de libros y sus socios pagaban, al principio, 25 céntimos al mes. Los libros se encuadernaban en pasta española y lucían en el lomo unos característicos tejuelos rojos con el número de registro, el título y el autor en letras doradas. La colección, que llegó a alcanzar los 12.000 volúmenes en 1934, pretendía cubrir todo tipo de demandas lectoras. Para ello contaba con obras de los autores más significativos, desde los clásicos (Dante, Cervantes) y los ilustrados (Rousseau, Voltaire) a los novelistas del XIX (Hugo, Zola, Pérez Galdós, Pereda, etc.) pasando por los teóricos del movimiento obrero (Marx, Bakunin, Kropotkin, etc.) y una amplia presencia de libros de política y sociología. La organización de la colección era también avanzada para su tiempo pues junto a la Sección General se crearon otra más pequeñas, como la Sección Extranjera y la Sección Infantil, y se desarrollaron pequeñas colecciones que reflejaban los intereses de los grupos que daban vida al Ateneo: el esperantista, el excursionista, el de teatro…
Una tercera biblioteca se creó en 1915 en la sucursal del Ateneo en el barrio de La Calzada. El modelo de esta biblioteca fue la Biblioteca Circulante: la misma división en Secciones, la misma encuadernación en pasta española para los libros… La colección, que llegó a tener 3.383 volúmenes en 1936, tenía, sin embargo, características propias: había menos interés por los autores clásicos y mucho más por los escritores españoles de entresiglos (Galdós, Blasco Ibáñez) y de la Generación del 98 (Pío Baroja) y, sorprendentemente, por los autores del género erótico (Zamacois, Insúa) y los folletinistas franceses, demandados por un público claramente obrero y femenino.
Según parece, la Biblioteca del Ateneo Obrero de Gijón se depositó más o menos íntegramente, unos 18.000 volúmenes, en los locales de la Biblioteca del Instituto a principios de 1938. Actualmente están identificados como procedentes del Ateneo y de su sucursal de La Calzada unas 9.000 monografías (de la sucursal del barrio de El Llano sólo se ha localizado un volumen) a las que hay que sumar cerca de 100 títulos de revistas con un número indeterminado de volúmenes. Sin duda, no se conserva la Biblioteca del Ateneo en su totalidad, entre otras cosas porque los fondos formaron la colección inicial de la Biblioteca de Gijón y una parte de los libros siguieron prestándose durante años, como lo habían sido hasta 1937 y, por lo tanto, estuvieron expuestos al deterioro y al extravío. Sin embargo, no parece que la colección del Ateneo fuera objeto del enseñamiento de la Comisión Depuradora de Bibliotecas pues, en ese caso, no se habrían conservado muchos de los libros que ahora, reunidos bajo la signatura AOG, pueden consultarse en la Biblioteca Pública “Jovellanos”. Aquí permanecen a salvo de la incuria como testimonio de una época gloriosa en la historia de las bibliotecas asturianas.
(Publicado en Biblioasturias06)