Fue finalista del premio Planeta, ha escrito más de medio centenar de obras en las que se juntan relatos, novelas, ensayos, libros de viaje, de gastronomía, crítica literaria y de arte, diarios… Víctor Alperi (Mieres, 1930) es un escritor a tiempo completo, un gastrónomo consagrado, un amante de la cultura y un viajero infatigable. Su curiosidad le ha hecho asomarse a cientos de ventanas.
Decía Víctor Guillot que hay hombres cuya literatura ha germinado desde la más amarga y exquisita soledad, una soledad desde la que se ha erigido todo un palacio dorado donde cada habitación es una vida, una historia, un libro, y que así, en cierta forma, veía él la obra de Víctor Alperi: como una sucesión encadenada de habitaciones, de novelas y viaje. Y así, en cierta forma, también es entrar en la casa de Víctor Alperi en Gijón, el piso donde guardaba sus libros y al que se mudó cuando murió su madre, ya que el otro le quedaba demasiado grande para él solo. Decidió vivir entre sus libros, entre esos libros que marcan laberintos de historias, mapas de recetas, rutas de viajes, arsenales de novelas, todo salpicado con fotos, y recuerdos y papeles y máquinas de escribir. Y en mitad de todo ello, su habitante, Víctor Alperi, autor de medio centenar de obras.
Este literato puro y a tiempo completo, como lo define Juan Cueto, se crió en Mieres, en una casa de galería con telas de cretona donde brillaban rosas y jacintos, el lugar en el que su madre devoraba La Regenta y Cumbres borrascosas. “Mi vocación me viene porque mi madre era una lectora terrible” cuenta Alperi. “Mi padre, al que le faltaba un ojo, leía un libro diario. Yo crecí rodeado de cultura. Eso es fundamental. Ahora como lo único que hay es televisión, no sé dónde vamos a ir. Porque la televisión es malísima, en general, y además es para un rato. El libro hay que tenerlo en la mano, la cultura hay que tenerla en la mano. Vamos para atrás. Y aquí como no hay tradición, lo que no es tradición, es plagio. A mí ya no me interesa nada. Tengo ya muchos años”. Escribe Carmen Bobes que los personajes de las novelas de Alperi son como cañas pensantes que tienen capacidad para asociar imágenes del pasado con circunstancias del presente, para recordar tiempos mejores que llevan a valorar la vida actual como una degeneración de lo que fue la riqueza, el amor, o los sentimientos claros del pasado. La sensación de venir a menos, de ruina, se impone a personajes apáticos y poco comunicativos, en la mayoría de sus relatos. Tal vez Alperi se haya ido convirtiendo poco a poco en sus personajes, o aventurase que la edad lo haría. De hecho, comenzó su carrera casi anticipándose, añorando el pasado, porque su primera novela, Como el viento (Aguilar, 1957) recoge los recuerdos de un viejo profesor que, ya cansado, rememora su vida.
Fue en Madrid donde se publicó esta novela y donde comenzó todo. “Yo fui por primera vez a Madrid en 1947 a estudiar Medicina porque en mi familia había muchos médicos, pero no me gustaba”. Así que regresó a Oviedo, se doctoró en Derecho y estuvo en el colegio San Gregorio, donde conoció a Pérez las Clotas, “un periodista que sentía curiosidad por todo”. Como el propio Alperi, que se ha pasado la vida abriendo ventanas, (ya sea el ojo de buey de un barco, el tragaluz de un ático, o la vidriera de una catedral) y asomándose a ellas. Fue el número 2 en los doctorados de Oviedo y comenzó a escribir en periódicos asturianos. Luego, cogió el tren de vuelta a Madrid para matricularse en la Escuela de Diplomacia. “Pero pero en vez de ir a la escuela iba al Café Gijón” cuenta Alperi pícaramente, sonriendo. “Dice Cueto Alas que los auténticos escritores viven en la provincia, y es absolutamente cierto. Tienen más tiempo. En Madrid se alterna demasiado. Cuando llegué, Hemingway visitó el Gijón y dijo que aquello era un guirigay, porque en Estados Unidos los escritores no se conocían entre sí”. Para ilustrar lo que quería decir el autor de Por quién doblan las campanas, Alperi cita el ejemplo Arthur Miller y Woody Allen: los dos neoyorquinos, y tuvieron que venir a Oviedo a recoger el Premio Príncipe (uno de las Letras y el otro de las Artes) para conocerse en persona. “Pero yo empecé a alternar en el Café Gijón en una época muy propicia para todos los periodistas y escritores” relata Alperi “ya que había poca gente que escribía; muchos permanecían en el exilio y estaban organizándose“. Y en aquella época en la que coincidía en el Café Gijón con Ignacio Aldecoa, se hizo amigo del alma de Dolores Medio, colaboró con varios medios de Madrid y comenzó a ser el escritor que hoy conocemos.
El gran observador
Alperi, como un mago que no deja de sacar sortilegios del sombrero, ha escrito casi de todo: novelas, cuentos, libros de viaje, de gastronomía, estudios de arte, ensayos, diarios… Es difícil empezar a desenredar la madeja, tirar del hilo que desenrolle su extensa obra.
“He publicado muchísimo” reconoce Alperi. “He tenido suerte, porque en algunas novelas y en algunos libros he ganado dinero gracias a Dios, pero el mundo de la literatura es muy ingrato. Yo creo que me he equivocado, que tenía que haber continuado con la carrera de Derecho, hacer una oposición y al mismo tiempo seguir escribiendo. Me lo decía mi madre: es que el escritor gana mucho con un libro, y luego gana nada con otro, y eso no puede ser”. el mundo de la literatura es muy ingrato. Yo creo que me he equivocado…
Habla de las editoriales, de las tantas en las que ha estado, como si fuera casas que ha habitado, barrios en los que ha vivido; narra, con cierta resignación e ironía, sin perder la sonrisa en muchos casos, de las triquiñuelas del mundo editorial, de su distribución y muchas veces de sus fracasos. “Mis novelas, en general, están vistas desde el sufrimiento, quitando dos novelas de humor que escribí en unas épocas muy difíciles para mí, que fue la muerte de mi padre y mi madre” relata el autor. “Soy un observador, no me introduzco en la novela, son los personajes los que eligen con total libertad”.
Alperi, uno de los escritores que más ha trabajado por la renovación de la novela española de los años 60 y 70, siempre lírico sea cual sea el tema, recuerda con especial cariño La batalla de aquél general. “Tuvo unas críticas fantásticas. La publicó Alfaguara y luego me hizo muchas ediciones Plaza y Janés en la colección Reno. Cada ocho meses sacaban una edición. Se vendió en 15.000 puntos de venta”. La batalla de aquel general (1966) habla sobre un mundo que camina a su desaparición, y ya sólo pervive en el recuerdo de las personas mayores; es un mundo de contertulios de casino y de mujeres mayores y solteronas, representadas en las nietas del general. El crítico literario A. Valencia llegó a compararla en su día con La casa verde de Mario Vargas Llosa por sus logros estilísticos y su cuidada construcción
Otra novela que Alperi recuerda con orgullo es El rostro del escándalo, que llegó a ser finalista del Premio Planeta 1968. Juan Arbó escribió en La Vanguardia que este libro podía figurar entre las cinco novelas españolas contemporáneas que, como El camino de Delibes o La familia de Pascual Duarte de Cela, eran comparables a las del boom hispanoamericano, que por entonces arrasaba en las editoriales españolas.
Alperi sabe de sobra que su obra es más conocida fuera de España que en su propia tierra. En Rusia, Bélgica y Estados Unidos le han dedicado numerosas tesis: desde su humor a su pesimismo, desde su lírica a su tratamiento de la historia. Incluso una estudiante belga lo tomó como ejemplo en su tesina para hablar sobre el escritor y el camino que lleva el que se dedica intelectualmente a ello. “Aquí no hay dinero para investigar ni para nada, y ahora con los recortes, menos” explica Víctor Alperi. “He sido traducido y leído sobre todo en Norteamérica y Rusia. Normal, porque allí dedican mucho tiempo y dinero en la cultura. Solamente en Moscú ya hay 150 bibliotecas públicas”. Y esto lo dice el escritor con una mezcla de alegría y envidia, como si una ciudad llena de libros fuera un regalo o simplemente una fantasía.
Las 5.000 recetas de la familia
Víctor Alperi es un hombre que huele a papel y a puchero, como uno de aquellos escribas que se colaba en las cocinas de los conventos a husmear las ollas. “Yo cocino muy bien” dice con orgullo. Y ese orgullo no sólo esconde un talento, sino también una persona. “Yo cocino muy bien, es lógico. Soy hijo de Sofía Fernández”. Fue precisamente su madre quien le hizo amar la literatura y la cocina, la que se convirtió en la infatigable lectora de sus novelas, en su compañera de viajes y su dictadora de recetas. La imprescindible Sofía Fernández.
Por lo tanto, la inmensa obra gastronómica de Alperi se la debe a su familia. “Convivimos con mis abuelos paternos muchos años, que tenían unos almacenes en Mieres y siempre se interesaron mucho por la gastronomía” explica el escritor. “En aquélla época se reunían en una casona las amigas de mi abuela, mujeres mayores y solteronas. Como no había ningún tipo de entretenimiento como la televisión, como mucho cine una vez a la semana, lo que hacían eran cambiarse las recetas”. Cada uno de esos platos, de esos saberes, están recogidos en El Libro de Oro de la Cocina Española, obra que realizaron Víctor Alperi y su madre: 5.000 recetas repartidas en ocho tomos. “Ahí está todo” resume el autor.
Pero no se quedaron ahí. Víctor Alperi y Sofía Fernández siguieron investigando juntos. Rebuscaron en los monasterios y editaron libros sobre la cocina religiosa, fueron hurgaron en las antiguas recetas de las distintas comunidades autónomas. “Mi madre y yo viajamos e investigamos. Escribo un libro de gastronomía como si fuera una tesis doctoral: haciendo fichas, estudiando y explorando mucho”. Alperi conserva un especial recuerdo de La cocina de Galicia, libro que tuvo mucho éxito. “Cunqueiro decía que el gran corazón de la gastronomía española era Galicia, pero es mentira. Hasta el propio Cunqueiro reconocía que la caza que se comía en Galicia se cazaba en los bosques asturianos. Por lo tanto, yo digo que la capital de la cocina celta es Cangas de Narcea. El amor en el Occidente de Asturias por la cocina es total. Yo lo sé bien, porque mi madre nació en Ibias”.
Junto a su hermana Magdalena firmó La cocina de Cataluña, un saber gastronómico que les venía de lejos. “Durante la guerra, llegó a casa de mis abuelos una señora catalana que buscaba a su marido, quien había estado en las brigadas. Se quedó tres años en casa de mis abuelos. Esa señora cocinaba muy bien y así fue como mi familia descubrió los secretos de la cocina catalana” explica Alperi. “Nosotros sacamos 250 recetas de cocina catalana. Después vino un chico de una universidad americana a estudiar sobre esta cocina y sacó un tomazo de 2.000 recetas. La cocina española es riquísima” dice ilusionado, como si realmente estuviera diciendo que hay tanto aún que probar y descubrir.
Y lo hay. Víctor Alperi rebusca entre sus papeles y coge unas hojas que son el borrador de un libro que sacará próximamente sobre la repostería de los monasterios. Sofía Fernández también figura como autora. “Son sus recetas” explica. Y mientras habla de ella, el escritor extrae de una de sus estanterías Madre de salvación, el libro que le dedicó tras su muerte. “Desprendido de ti, pero no de tus consejos, estoy callado, al lado de la ventana con lluvia; más allá de la puerta espero encontrarte. Mientras tanto, en la mañana o en la atardecida, el camino me espera” escribe Alperi en las últimas páginas del libro.
El viajero bullicioso
Viajar, apuntar para que no se escape nada, vivir. Alperi, viajero habitualmente bullicioso y disperso, es uno de esos hombres que viaja con más libretas que ropa y que trae de regreso más palabras que fotos. Juan Mollá le definió bien en el prólogo del libro de Víctor Alperi Ávila muere, guía sentimental: “El viajero no cree que viene; cree que no regresa. Un regreso en el tiempo, hacia otra edad. Un regreso hacia dentro, hacia otra conciencia”. Así viaja el autor mierense, y así lo ha plasmado en multitud de guías y diarios de viaje.
“He sido invitado a muchos países, he estado en Rusia, en México, en Francia… Pero sobre todo he viajado por España porque creo que son las raíces que tenemos”. Y así Víctor Alperi lo plasmó en España, un corazón desnudo, uno de sus libros más famosos, en el que el autor pasea sus recuerdos y nostalgias de paisajes y viajes, abriendo los ojos a la belleza natural y artística desde Galicia a Barcelona, pasando por Cantabria, La Rioja, las dos Castillas, Madrid y Levante. “A mí lo que más me interesa son las raíces de la cultura española, y una cosa que tengo clara es que Portugal es España. Se ve en la Historia. España y Portugal juntos hubiésemos llegado a ser la gran nación del siglo XX”.
Otro enclave de sus viajes es Marruecos, donde Alperi colaboró con el periódico La opinión de Rabat, e incluso dedicó una novela a este país: Alá bendijo Marruecos. Esta novela lírica es un canto al campo marroquí, a las ciudades marroquíes y a las gentes del Magreb a través de las rejas de las relaciones pesqueras de España y Marruecos que enturbian la vista de los turistas españoles y hacen difíciles los encuentros. “Ese libro tuvo mucha repercusión en la prensa marroquí” rememora Alperi.
Ahora, el autor mierense está pensando en reunir una serie de artículos sobre Cataluña, Aragón y las Islas, ya que posee mucha documentación durmiendo entre sus carpetas. También tiene pendiente otro curioso proyecto: Viajes por Europa para solteronas. “Yo hice muchos viajes con mi madre, excursiones en las que acudían muchas mujeres que estaban solteras, y siempre he dicho que son las sacrificadas de la familia, las que cuidan a los padres, a los sobrinos… En los viajes están al tanto de todo, mucho más que las otras. Es algo muy interesante”.
Se ríe recordando los viajes que hizo con su madre, como cuando en España se celebraban los famosos juicios de Burgos y les quemaron el autobús en Génova por ser españoles. Porque cuando habla de Sofía, Víctor Alperi siempre sonríe.
Sus ojos cargados de memoria y sueños
Durante un tiempo, Víctor Alperi vivió en París, mientras realizaba un cursillo sobre su tesis doctoral en la Sorbona. “Allí conocí a gente muy interesante. He escrito mucho sobre Francia y leído mucha literatura francesa”. De esta forma reconoce, tal vez por el desenfado y la belleza en la prosa que comparten, que la persona que más le ha influido ha sido Colette. “Siempre nos hemos mirado más en Francia que en Inglaterra. Aunque he leído mucho en inglés. Agatha Christie, por ejemplo, es una gran escritora inglesa. Aunque realmente lo que he leído más son los clásicos. Sobre todo Quevedo, su poesía es única. Borges también le consideraba el mejor. Todo escritor tiene que leer a los clásicos. Mi padre leyó cuatro o cinco veces el Quijote. Creo que he leído demasiado. Supongo que me ha dado este ictus en el ojo por leer tanto” dice señalando la parte ya ciega de su rostro. Creo que he leído demasiado… Ahora sólo miro algunos artículos asturianos para saber cómo está el panorama. En vez de subir en el aspecto social y cultural, hemos bajado…
En parte es por esta pequeña pérdida de visión por la que ahora lee menos, y en parte porque afirma que se cansa leyendo el periódico. “Sólo miro algunos artículos asturianos para saber cómo está el panorama. En vez de subir en el aspecto social y cultural, hemos bajado” dice con tristeza, dice cansado. En estas ocasiones, cuando parece que todo le pesa, es fácil reconocer a Alperi en el retrato poético que Juan Mollá hizo de él en el Colofón de España, un corazón desnudo: “El escritor no es joven ya. Sus ojos/ están cargados de memoria y sueños/ y su mirada alberga las edades/ que guarda remansadas,/ los instantes que ha salvado del tiempo/ con su escritura inmarcesible./ Fue joven muchos años. Juventudes/sucesivas le pueblan…” Pero Víctor Alperi, después de hablar, amablemente llena dos copas para brindar y compartir, choca los vasos, eleva el suyo y dice “Por la literatura. Siempre”. Y entonces sí, entonces sus ojos vuelven a ser ventanas encendidas que dejan ver en su interior a un hombre que junto a una galería escribe.
(25 de junio de 2012)