Martín López-Vega: “Sospecho que ser escritor profesional no tiene nada que ver con ser escritor”

Dos premios Nobel (Seamus Heany y Dario Fo); algunos de los mejores poetas (Eugénio de Andrade, Adam Zagajewski, Charles Simic, Ángel González), y narradores (Jorge Semprún, António Lobo Antunes, Antonio Tabucchi) de este tiempo, son algunos de los protagonistas del último libro de Martín López-Vega (Po de Llanes, 1975). Un volumen editado por Impronta con el título de Extravagante tripulación donde reúne algunas de las conversaciones que ha mantenido en los últimos años y que reúnen a lo mejor de la literatura de las últimas décadas.

Ha sido colaborador como redactor del suplemento El Cultural del diario El Mundo, donde hoy mantiene su blog Rima interna; librero en La Central de Callao en Madrid; traductor de autores como Valter Hugo Mae, Lêdo Ivo o Almeida Garret; y autor de poemarios como Árbol desconocido (Visor, 2002), ganador del prestigioso premio Emilio Alarcos;  Extracción de la piedra de la cordura (DVD, 2006); Gajos (Pre-Textos, 2007); o Adulto extranjero (DVD, 2010), entre muchos otros. Es, sin duda, uno de los autores asturianos con mayor proyección y versatilidad, lo que le ha llevado a coincidir con algunas de las figuras más relevantes del momento, y a plasmar esos encuentros en esta publicación donde recoje una selección de su labor como periodista cultural.

 

Se define Extravagante tripulación como un libro a camino entre la historia y la literatura. ¿Cómo surgió este proyecto?

Es un poco un trabajo de muchos años y un algo cosa del azar. Como soy muy tímido (o al menos lo era; ahora lo que soy es vago), entrevistar a los autores que admiro ha sido a menudo la excusa para acercarme a ellos (en realidad, para obligarme a acercarme a ellos, a ser curioso, porque yo con los libros suelo tener bastante).

¿Qué criterio seguiste en la selección de los protagonistas?

Como he sido periodista, muchas de las entrevistas se hicieron por encargo. Para el libro escogí las que me parecían mejores, a menudo también las más extensas, buscando una cierta coherencia, y con el chimpún final y disparatado de Fernando Arrabal. La mayoría son a escritores que admiro mucho: Charles Simic, Adam Zagajewski… Otras son el resultado de encargos que me gustó mucho hacer: Tabucchi, Lobo Antunes…

No eres un cazador de autógrafos, como dices. Ni tienes necesidad de conocer a quienes los han escrito. ¿Han sido muchas las decepciones a la hora de tratar a autores que respetabas por sus obras?

Decepciones no, porque siempre he tenido claro que son cosas distintas y que un buen escritor no tiene por qué ser simpático, ni siquiera ser buen conversador, lo que tiene algo de showman. Me suelen caer bien los raros, los asociales, los que odian dar entrevistas y se les nota. Una vez llamé a Ignacio Martínez de Pisón con una pregunta para una encuesta que estaba haciendo por encargo y me dijo: “Martín, eso es una tontería y tú lo sabes”. Pensé: ¡menos mal que alguien se da cuenta! Rafael Cadenas me pidió que le enviase las preguntas por escrito, y luego nos sentamos frente a frente con las preguntas y respuestas ya escritas y teatralizamos el asunto. Luego me dejaba mensajes en el móvil: “En el párrafo 3 de la pregunta 6, añadir: Como decía Van Rikojenienersenerifosen…”.

Como soy muy tímido (o al menos lo era; ahora lo que soy es vago), entrevistar a los autores que admiro ha sido a menudo la excusa para acercarme a ellos”

Cada entrevista está contextualizada cuidadosamente, siendo un retrato también del momento. ¿Preparabas cada una con minuciosidad, sabiendo lo que querías sacar, o te dejabas llevar por el azar del momento y lo que cada persona quisiese contar en cada ocasión?

Me gustan las entrevistas que son ambas cosas. Preparadas concienzudamente, para intentar dar un retrato lo más completo posible; pero también atentas a lo que se va diciendo, capaces de salirse del guión si aparece una veta no prevista e interesante. Y también que tengan algo del momento en que se han hecho, como paisaje.

Decidiste no cambiar los textos, ni añadiendo ningún tipo de bibliografía, respetando las referencias circunstanciales, e incluyendo las fechas. Como si fueran un poema, ¿querías que permanecieran como un instante en el tiempo?

Las hubiera cambiado si hubiera podido hacerles preguntas nuevas, pero como no podía… Y aunque algunos han muerto, se me hacía raro poner en el encabezamiento de una conversación la fecha de la muerte del señor que habla. Se hicieron en un momento concreto, y creo que es mejor que se note.

Eugénio de Andrade fue el primer entrevistado. ¿Tu trabajo como redactor en páginas culturales fue producto de una simple casualidad o de una casualidad buscada?

Creo que fue así: en El Cultural querían a Javier Rodríguez Marcos pero ya estaba pillado. García Martín les dijo que lo más parecido era yo, y se lo creyeron. Así que hice la maleta y me fui a Madrid.

Todos los nombres que forman parte de esta tripulación son nombres mayúsculos de la literatura actual e imprescindibles. ¿Podrías definir a cada uno de ellos brevemente con lo que, una vez conocidos en proximidad, más te llamó la atención?

Son muchos, pero llama la atención, por ejemplo, que Charles Simic, después de una vida tan ajetreada de exilio en exilio, sea tan campechano y demuestre una facilidad tan grande para distinguir lo importante de lo accesorio, sin traumas ni manías… Andrade era un poco como el director del museo de sí mismo. Entrevisté a José Hierro mientras veía el programa de María Teresa Campos. Cuando entrevisté a Semprún tenía curiosidad por saber la historia de una mujer con la que él había estado y que había acabado con uno de mis escritores favoritos, Claude Roy. Dejé la pregunta para el final por si se molestaba y daba por acabada la entrevista. ¡Hice bien!

algunos autores tienen vidas que son mejores que la mayoría de las novelas”

Lamentas la ausencia de Wislawa Szymborska y Sophia de Mello por no haber tenido ocasión de entrevistarlas. ¿Con ellas se completarían las coordenadas de tus principales referencias literarias?

Faltarían unos cuantos más, pero al hacer la selección me di cuenta de que no había incluido a ninguna mujer, y eso que he entrevistado a muchas a las que admiro, pero sin suerte: las entrevistas o eran cortas, o habían perdido vigencia… Y no quería incluirlas por incluirlas. Me ha quedado una tripulación demasiado viril para mi gusto, qué se le va a hacer. Es como la caravana de Plan, pero al revés.

A medida que ibas desarrollando tu faceta periodística también ibas creciendo y madurando como escritor. ¿Realizar esta labor te sirvió también de aliento literario?

Pues no sé, la verdad. Sospecho que ser escritor profesional no tiene nada que ver con ser escritor, pero es uno de los pocos trabajos más o menos decentes para los que uno sirve. La misma ventaja que tiene es su gran desventaja: la facilidad.

Defines al entrevistador, al menos aquel al que mejor consideras, como el “que se limita a sostener el espejo frente al cual el entrevistado recita su monólogo, a toser cuando se va por las ramas o a hacer de apuntador para que ningún tema importante se quede en el tintero”. Teniendo en cuenta la evidente inteligencia de quienes has entrevistado, ¿fue muy difícil dirigir la conversación para conseguir el retrato deseado?

Qué va. Me gusta preparar mucho las entrevistas, leer muchas entrevistas anteriores que haya dado el autor en cuestión, para que lo que haya contestado antes sea parte de mi pregunta, y seguir preguntando a partir de ahí. Si uno hace preguntas repetidas recibe respuestas mecánicas. El buen entrevistador, creo, consigue picar la curiosidad del entrevistado (la curiosidad sobre sí mismo, a menudo) y luego se limita a escuchar. El caso contrario sería Sánchez Dragó, que ve al entrevistado como un señor al que contarle su vida. ¿Tú has estado en la India, no? Pues el pachuli y yo…

Dentro del periodismo llamado cultural, ¿te quedas con la entrevista amable o la que es incisiva para buscar también las cosquillas del entrevistado?

Tengo algunas entrevistas de esas de “buscar las cosquillas”, que es lo que suele gustar a los directores de los medios. Pero cuando tienes a un gran escritor delante, dedicarte a buscarte las cosquillas te condena a hacer el ridículo. ¡Yo lo hice a menudo!

Si tuvieras que escoger una anécdota con algún autor que no hayas incluido en el libro, ¿cuál sería?

Mi mejor anécdota como periodista no tiene que ver con las entrevistas: una vez hice de negro de Juan Pablo II. Y hasta aquí puedo leer.

Cuando uno entrevista está también ficcionalizando, desde el punto de vista de que está siendo subjetivo y va a seleccionar o suprimir aquello que le interese. ¿Alguna vez has omitido algo en una entrevista desde un punto de vista, digamos, paternalista, por considerar que lo dicho no favorece al personaje?

La verdad es que son más las veces en que los entrevistados me han sorprendido favorablemente. Digamos que si uno elige al personaje no va buscando según que debilidades. Otra cosa son las entrevistas de encargo con gente a la que uno no, digamos, admira… En ese caso, lo pones todo; sobre todo, lo peor…

Si un libro requiere que conozcamos la vida del autor para ser entendido, es que ha fracasado”

¿Conocer las claves biográficas de la obra de un autor le resta parte de la magia que las hace universales?

No creo, la verdad. Si un libro requiere que conozcamos la vida del autor para ser entendido, es que ha fracasado. Otra cosa es que conocerla nos permita una segunda lectura, que enriquezca la primera. Y algunos autores tienen vidas que son mejores que la mayoría de las novelas.

¿Con este libro das carpetazo a tu faceta más periodística, o el periodismo es una inquietud que nunca desaparece?

Ser periodista es ser capaz de hablar de cualquier cosa, sepas o no sepas. Así que sigo dedicándome al periodismo cada vez que salgo de copas.

Poeta y traductor, librero y periodista cultural. Diferentes caras de una moneda, que se nutren unas de otras. En este momento, ¿cuál te priorizarías?

Lo más importante es siempre lo que uno hace gratis, así que de esas cosas, poeta (ya se sabe: alábate, borona…).

Definitivamente, entre todas las compañías posibles, ¿te quedas con las extravagantes?

¡Depende de para qué! Pero en general, sí: cuanto más raro (y por raro no entiendo tarado, ¡que quede claro!) es alguien, mejor. A mí me gustaría ser rarísimo, pero me temo que no me sale.

 

(9 de mayo 2013)

 

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Sobre el autor

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