Fulgencio Argüelles
Recuerdos de algún vivir
(Págs. 191-194)
Ed. Nobel
Me fui a una gran librería del centro y allí pasé varias horas leyendo las primeras frases de muchos libros, como si estuviera buscando una señal. Era como mendigar, mirar de reojo el primer segundo de cada historia, abrirse a encuentros no preparados, unirse levemente a otros mundos, y las palabras primeras me parecían rejas que se rompían cuando las pronunciaba, cerrojos que se abrían más allá de las páginas. (…)
Una mujer anciana que rebuscaba entre los libros de saldo le dijo al dependiente, a veces son los libros los que te buscan a ti. Pensé que la anciana tenía razón. (…)
A mi lado alguien pasaba despacio las hojas de un diminuto libro de poemas. Tenía el pelo muy corto, negro. Me pareció una mujer madura. Usaba gafas para leer, sólo para leer. Al sentir que la observaba, me miró con mucho descaro. Una vez escribí una novela, le dije, andará por ahí, por alguno de estos estantes. Se quitó las gafas. Tenía los pómulos pronunciados y los ojos grandes. Me preguntó para qué la había escrito, y le respondí, para nada, sólo para escribirla.(…) Le dije, a mi madre la mató un tren. Se puso de nuevo las gafas, para ver mejor aquello que yo había dicho y que también se había desparramado en el aire para juntarse con los versos que ella estaba liberando. Me dijo, como a Ana Karenina, y yo no sabía por qué había hecho aquella comparación, quizá porque estábamos entre libros. Traté de explicarle que mi madre había tenido una vida difícil, y no sabía por qué le estaba contando aquello, en aquel lugar, a aquella mujer desconocida, y ella me indicó, hay muchas vidas difíciles, y acercó los labios a la altura de mi hombro y en voz muy baja me susurró, hace unas cuantas semanas que yo me corté las venas, y alargó mucho aquel yo en medio de la frase, y me enseñó las señales de las muñecas. Fue como si de pronto la hubiera visto desnuda, así mismo fue, y le dije, afirmando y preguntando a la vez, lo habrás hecho por algún motivo, y ella me dijo, claro, por varios motivos, y le pregunté si lo volvería a hacer, y aquella fue una pregunta ingenua, una pregunta torpe que yo nunca debería haber realizado, por eso no la contestó, por eso y porque no tenía contestación. Qué estás haciendo aquí, me preguntó para enterrar la idiotez de mi pregunta, y le expliqué que leía las primeras frases de los libros, y volvió a reírse y me apretó un brazo, transmitiéndome algún afecto o mostrándome cierta complicidad, y me dijo, me gusta, me gusta mucho, y parecía entusiasmada. Me preguntó si podía acompañarme y leer conmigo las frases, y le respondí, sí, claro que sí.