Ricardo Menéndez Salmón: Nuestra gran baza

Acaba de presentar, con gran expectación El corrector, primera novela que reflexiona sobre los atentados del 11-M, rompiendo con el mutismo de los escritores sobre los atentados de Madrid. En este momento es el autor asturiano con más proyección internacional.

Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971), autor de los libros de relatos Los caballos azules (Ediciones Trea, 2005) y Gritar (Lengua de Trapo, 2007), ha publicado las novelas La filosofía en invierno (KRK Ediciones, 1999 y 2007), Panóptico (KRK Ediciones, 2001), Los arrebatados (Ediciones Trea, 2003), La noche feroz (KRK Ediciones, 2006) y La ofensa (Seix Barral, 2007), Premio Qwerty de Barcelona Televisión a la revelación literaria de 2007 y Premio Librería Sintagma al mejor libro del año, además de ser elegida por la revista Quimera como mejor obra de narrativa en español de 2007. Su sexta novela, Derrumbe (Seix Barral, 2008), supuso su consagración ante crítica y público que a buen seguro se consolidará con la recién aparecida El corrector (Seix Barral, 2009).

 

 

En El corrector abordas los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004, algo que conmocionó nuestra historia más reciente. ¿Fue la conmoción sufrida a nivel personal aquellos días lo que motivó su escritura?

Los atentados de Madrid fueron lo bastante impactantes como para que experimentara la necesidad de poner negro sobre blanco buena parte de las impresiones que suscitaron en mí. De alguna manera, y quizá por vez primera a lo largo de mi vida, sentí que algo decisivo había sucedido en mi entorno inmediato, un hecho que me interpelaba con enorme fuerza como individuo pero también con gran intensidad como parte de un colectivo. Si a eso añadimos que el Gobierno en el poder intentó darle una lectura y una interpretación perversas a dicho suceso, el resto vino rodado. Así y todo, quise ser prudente y concederme un tiempo de reflexión, de modo que no comencé la redacción de la novela hasta transcurrido un año y medio desde la masacre.

Los lectores vamos a encontrar en esta nueva novela lugares comunes al resto de tu obra. Quizás lo que más llame la atención es esa reincidencia, esa vuelta más de tuerca a una temática en torno al mal, al dolor, al terror.

En efecto, El corrector es una novela solidaria con mi obra precedente. No cabe duda de que la realidad es tozuda, y en Madrid esa realidad interrogó con fuerza inusual al universo temático que hace tiempo me compromete. Es como si el libro me hubiera estado esperando, como si me dijera: «Mira, de pronto, aquí, a tu alrededor, están tus temas predilectos aguardando a ser narrados». Sólo que esta vez, por descontado, la óptica, el foco, la perspectiva, habían cambiado. Todo era increíblemente cercano, historia en carne viva, no padecida o protagonizada por otros, como en el caso de La ofensa, ni ficcionada o presentida, como en el caso de Derrumbe. Esta culminación, huelga decirlo, no ha sido buscada, sino que, por decirlo de alguna manera, me ha sido impuesta. Ojalá nunca hubiera tenido que escribir El corrector. Ojalá sólo hubiera tenido que imaginar esta novela.

Quizás ésta sea la novela más atractiva para el lector por la intensidad de su lectura, por el uso de un lenguaje más depurado, que quizás refleje una progresión como escritor.

En El corrector, la retórica no está puesta al servicio de la belleza o del artefacto narrativo, sino que complementa al discurso, al contradiscurso sería mejor decir, ese contradiscurso que la literatura opone a lo que el poder dictamina como verdadero. Por eso las palabras, en este libro, fluyen más directas, más sencillas, más cotidianas que nunca. No podía ser de otra manera. Los hechos eran lo suficientemente prosaicos y terribles como para demandar un acercamiento lo más intuitivo e inmediato posible.

 

“Me siento protegido por lo escrito y desconozco lo que me espera: una situación ideal para seguir siendo ambicioso”

 

 

Además del ritmo narrativo, la forma de crónica marca un espacio y tiempo distinto a otras obras tuyas.

Es cierto que El corrector sólo comparte vocación con La noche feroz, una obra cerrada en el tiempo y clausurada en el espacio. De todos modos, conviene recordar que las dieciséis horas de la narración no están contadas en el momento de los hechos, sino a posteriori, y que la novela viaja hacia detrás y hacia delante, hasta el punto de que la obra permite, por ejemplo, dibujar la historia de los padres del protagonista y, por descontado, sucesos que tienen lugar no durante el tiempo de la narración, sino durante el tiempo de la escritura.

Una nota común en tu obra, como es la apelación a un lector inteligente que debe completar esas omisiones o elipsis que deliberadamente dejas para que quien lea sea un elemento más de tu novela, se encuentra con el matiz de que aquí, a diferencia del resto de tu obra, el lector conoce los hechos en los que se enmarca la novela, se condiciona por ellos. ¿Cómo ha condicionado esto al autor?

De ninguna manera, porque El corrector no demanda del lector lo mismo que sus predecesoras. Aquí, por decirlo de alguna manera, no hay enigma, no hay trastienda, el lector no tiene que llenar silencios ni levantar el plano de edificios demolidos. Aquí Vladimir, el protagonista, opina constantemente e incluso traslada su secreto más íntimo al papel. Al lector de esta novela no se le pide un esfuerzo en la construcción, sino un asentimiento emocional y, en cierta medida, una complicidad ideológica.

Ante esa historia conocida y común cobra importancia la historia personal de los personajes, su vida interior y su convulsión ante el mal, ante el terror, ante el miedo, algo que parece ser una de tus máximas literarias.

Por supuesto, aunque en esta novela esa historia íntima, opuestamente a lo que sucedía en obras previas, sí conoce un lugar donde refugiarse, un cauterio, un recinto contra el terror del mundo. El amor, que en novelas anteriores operaba como un imposible, aquí encuentra su plena justificación y sentido. En El corrector, el amor, lo más íntimo que cada uno de nosotros posee, el afecto en sus múltiples formas (la amistad, la paternidad, la sexualidad), salva, tiene un poder redentor, conciliador.

 

“La novela es un homenaje a quienes nos aman en los peores momentos, a quienes no nos vuelven la espalda cuando les fallamos”

 

El capítulo XI finaliza con estas palabras: «Y que nadie sonría ante estas líneas. Por una vez, y sin que sirva de precedente, han sido escritas sólo desde la emoción». ¿Son aplicables a la propia novela?

No. Los atentados apelaron en un principio únicamente a nuestras emociones, pero luego los hemos filtrado en el tamiz de la reflexión. De hecho, si he escrito El corrector no ha sido sólo porque estuviera dolido, sino porque también estaba indignado. El dolor se vive desde el primer instante, pero la indignación necesita conformarse en el tiempo. Mientras los atentados me dolieron, yo era sólo un cuerpo, alguien con derecho a las lágrimas; en el momento en que empezaron a indignarme, me convertí en un ciudadano, alguien con derecho a la verdad.

En ella has tenido el coraje de dejar escrito, negro sobre blanco, sentimientos, opiniones y posiciones políticas frente a acontecimientos muy recientes. Has mostrado una gran valentía al incluir nombres y apellidos de personas aún muy influyentes en nuestra sociedad. ¿Eras (y eres) consciente de que ello te puede cerrar algunas puertas?

Stendhal decía que la política en literatura es como un disparo en mitad de un concierto, pero si yo quería ser honesto conmigo mismo y con mi época debía poner nombres y apellidos a la mentira y a la manipulación, y que el concierto tuviera al menos un revólver entre sus instrumentos. En cualquier caso, la historia de España está ahí, y no puede ser borrada. La errata indeleble de la que habla el libro, el dolor causado por los terroristas, permanece imborrable para quienes lo padecieron; lo que la sociedad ha podido corregir a tiempo es el otro atentado que algunos quisieron perpetrar, el que faltaba a la verdad de los hechos. Respecto a las posibles represalias, si llegan, debo aceptarlas. Un escritor es un sujeto público, y como tal, su obra habla por él, en su nombre. De todos modos, la novela no descubre ningún mediterráneo, así que nadie debería escandalizarse por lo que en ella se dice. Del mismo modo que en el Vaticano saben de sobra quién fue Galileo, en la calle Génova no puede quedar nadie en su sano juicio que desconozca quién y por qué puso sobre la mesa 191 muertos.

En las páginas de El corrector aparecen autores como Dostoievski, Camus, Platón, Balzac, Homero, Coetzee, Virgilio, Dickens… ¿Forman una especie de canon de autor?

No necesariamente. Lo que sucede es que El corrector encierra una declaración de amor a la literatura como forma privilegiada de comprensión de la realidad y como manifestación de un discurso alternativo al que los políticos construyen. Todos esos nombres que citas forman parte de mi acervo y los contemplo como una gran familia de la que procedo. Son mis padres putativos, figuras vicarias de mi educación, y además, alguno de ellos, como el caso de Camus, artistas empeñados en desenmascarar las mistificaciones del poder.

La portada escogida para el libro parece tener poco que ver con el título del mismo. Tras su lectura se encuentra la coherencia de ese abrazo en pareja. ¿Te atreverías a decir que El corrector es incluso una historia de amor?

Sin duda. La novela es un homenaje a quienes nos aman en los peores momentos, a quienes no nos vuelven la espalda cuando les fallamos, a quienes nos regalan, como Vladimir dice en un momento de la novela, la posibilidad de una segunda opinión. No es azaroso que la novela, en este caso, esté dedicada a mi mujer.

Vladimir, Zoe… Llama la atención cómo bautizas a tus personajes. Esos complejos nombres son algo común en tu obra. ¿Cómo llegas a ellos? ¿Es el primer paso en la definición de los personajes?

Me gustan los nombres inusuales, pero no de modo arbitrario. Como mucho, a veces me puedo dejar llevar por la eufonía de un nombre, como en el caso de Mortenblau, el protagonista de Derrumbe, pero en esta ocasión Vladimir recibe su nombre en homenaje a Lenin, que fue un personaje importante en la juventud del padre del protagonista (también en la mía, por descontado), y Zoe, que en la novela encarna un buen puñado de valores, es un nombre obvio. En griego, que es el lenguaje de la filosofía y, por extensión, de la valentía en el saber, Zoe significa «vida».

Vladimir es corrector, y su autor también lo es. Recurriendo o no a lo autobiográfico, ¿hay un alter ego en el personaje de la novela?

En todas mis novelas subyacen elementos autobiográficos, pero en ninguna con tanta intensidad como en ésta. En efecto, yo he sido y aún ejerzo ocasionalmente de corrector, escribí dos libros con títulos muy parecidos a los que escribe el protagonista y, durante una buena época, creí destinado a convertirme en un escritor fracasado. Vladimir es el personaje más cercano a Ricardo Menéndez Salmón que yo jamás haya ideado.

 

“ahora estoy más seguro de mis posibilidades y conozco mejor mis límites como escritor”

 

En apenas dos años has pasado de la edición a nivel regional y en tirada corta a publicar en primera línea nacional, superar los 30.000 lectores, contar con un enorme dossier de prensa y ser un referencia para la crítica. ¿Cómo ha cambiado tu vida?

Se ha acelerado, se ha enriquecido con el conocimiento de muchos lugares y personas y también se ha vuelto, en ocasiones, complicada, porque en literatura siempre hay vanidades y envidias en juego, y eso pesa. Aunque si soy sincero creo que, en realidad, sigo siendo la misma persona que en enero del 2007, mes en que se publicó La ofensa. Quizá ahora estoy más seguro de mis posibilidades y conozco mejor mis límites como escritor. Me siento protegido por lo escrito y desconozco lo que me espera: una situación ideal para seguir siendo ambicioso.

Sigues viviendo en Gijón y mantienes una activa vida cultural en Asturias, demostrando que se puede ocupar un lugar de privilegio en el panorama nacional y hacer de la escritura una profesión desde el extrarradio (Yes, we can).

Vivir en Gijón es un lujo al que no estoy dispuesto a renunciar. Lo que Madrid y Barcelona ofrecen a un escritor, en el día a día, son oportunidades para el lucimiento, pero también para la dispersión. Hoy, en un mundo tan interrelacionado como el que nos contempla, no hay necesidad de estar presente en los grandes centros de decisión editorial para ser conocido y leído. Quien siga defendiendo esa idea es que maneja una concepción absurdamente romántica o puramente mercantilista de la literatura.

Hay un Menéndez Salmón antes de La ofensa, con una importante obra que los lectores asturianos pueden encontrar en nuestras bibliotecas. ¿Podrías proponer un recorrido por la misma?

La década de publicación en Asturias, entre 1997 y 2006, me llena de orgullo. Me siento muy satisfecho de mis tres novelas para KRK (La filosofía en invierno, Panóptico y La noche feroz) y de mi libro de relatos para Trea (Los caballos azules). En esos cuatro libros el lector puede encontrar dibujadas ya algunas claves fundamentales de mi obra: mi pasión por el lenguaje y mi compromiso con una literatura de ideas, y mi rechazo frontal a la literatura entendida como una forma de evasión o entretenimiento.

Los caballos azules es una obra crucial en tu trayectoria, ¿la valoras como un punto de inflexión?

Lo fue en varios sentidos. En el plano personal, porque me permitió conocer a un gran amigo, Álvaro Díaz Huici, editor de Trea; en el plano literario, porque quizá fuera la primera obra en la que alcanzara cierto grado de excelencia, con el relato homónimo y, sobre todo, con Eternidad, uno de mis textos favoritos; por último, en el plano del reconocimiento, porque fue el libro cuya lectura, por parte de Rosa Regàs, facilitaría mi posterior llegada a Seix Barral.

Sabemos que no eres amigo de encasillar generaciones ni localismos, pero ¿cómo ves el actual panorama literario asturiano? ¿Estamos viviendo realmente un momento dulce?

Vivimos un momento dulce en cuanto a la pluralidad de propuestas, pero soy bastante escéptico en cuanto a los resultados. De hecho, detecto ciertas ausencias que, honestamente, no comprendo. No me explico, por ejemplo, que dos escritores del calibre de Chus Fernández y Moisés Mori, autores de primerísima línea a nivel nacional, no hayan encontrado un editor que los avale fuera de Asturias. También lamento que Pablo Rivero y Miguel Rodríguez Muñoz sigan, de momento, alejados de la edición, porque son dos autores muy singulares.

También eres conocedor del panorama editorial asturiano. Ante tanta inflación de publicaciones, ¿qué papel crees que puede jugar nuestra edición?

Las editoriales asturianas, dado su limitado poder de visibilidad, sólo pueden competir a nivel nacional ofreciendo un producto donde continente y contenido brillen a gran altura. Atendiendo a ese criterio, en Asturias sólo hay dos editoriales que cumplan ese requisito: KRK y Trea. La primera con sus colecciones Tras 3 Letras y Pensamiento, y la segunda con su colección de Poesía, están conquistando un prestigio cada vez más acusado entre un público exigente con la calidad de los textos.

Has participado en multitud de actos con clubes de lectura de nuestras bibliotecas, ¿qué papel juegan las bibliotecas en la formación de lectores?

Esencial. En mi opinión, libreros y bibliotecarios, unos desde la iniciativa privada, los otros desde la pública, son indispensables para generar lectores que vayan más allá de la mesa de novedades y que sean capaces de desarrollar una sensibilidad alejada de modas e intereses espúreos.

Has recorrido toda España participando en eventos culturales y literarios, pudiendo comprobar de primera mano lo que se está haciendo en otras Comunidades. Desde ese prisma, ¿qué carencias observas en el ámbito de la promoción de la lectura y la literatura en Asturias?

Como autor, que es el único ámbito desde el que me siento legitimado para opinar, echo en falta una mayor implicación de la Administración con sus escritores. Las ayudas a la creación que se otorgan son un botín miserable, migajas en realidad. ¿Por qué, de una vez por todas, no se proponen becas bien dotadas, que atiendan a criterios estrictos, donde se prime la excelencia y el mérito, y no el reparto indiscriminado o el amiguismo, y se concede a un par de escritores al año la posibilidad de dedicarse a la literatura a tiempo completo? También lamento que no exista un mecenazgo privado como el que el peculiar tejido industrial de nuestra región, tutelado por enormes grupos multinacionales como Arcelor o DuPont, podría procurar.

Sabemos que resulta difícil reducir las recomendaciones literarias, pero ¿podrías recomendar la lectura de algún autor u obra reciente a nuestros lectores? Por hacer el juego: una extranjera, una nacional y una asturiana.

El último National Book Award fue para Denis Johnson por Árbol de Humo, un libro excepcional sobre la guerra de Vietnam. Lo publicó Mondadori. La última novela española que me ha impresionado es Crematorio, de Rafael Chirbes, en Anagrama. Entre los nuestros, apuntaría Sal, de Manuel García Rubio, en Lengua de Trapo, con pocas dudas su mejor y más ambiciosa novela.

Finalmente, ¿puedes adelantarnos algo de tu próximo proyecto (o proyectos)?

Estoy escribiendo un libro de viajes con mi hija y una novela protagonizada por tres pintores.

 

(Publicado en Biblioasturias12)

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Sobre el autor

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