El panorama editorial asturiano nos ofrece de vez en cuando títulos que por sí mismos merecen traspasar fronteras geográficas y temporales, títulos que deberían mantenerse en el tiempo por encima de la voracidad del mercado y convertirse en referencias literarias para generaciones de lectores. Este es el caso de la última creación de Aurelio González Ovies: Versonajes, editada en castellano y en asturiano por Pintar-Pintar Editorial, una obra que sin duda merece la atención de todos los lectores puesto que no sólo es una muestra antológica de la poesía “infantil” (reparen en estas comillas pues después las matizaremos) de uno de los principales poetas asturianos contemporáneos, sino que es también una joya bibliográfica gracias a la perfecta comunión entre los versos y las ilustraciones de Ester Sánchez, que convierten cada paso de página en toda una sorpresa.
Y es que estamos ante uno de los más bellos ejemplos que hayamos visto de comunión entre palabra e ilustración, entre texto y maquetación, mostrando como un buen trabajo editorial puede aportar un enorme valor añadido a unos textos que ya de por sí son maravillosos.
El poeta asturiano ha sido uno de los autores de cabecera de Pintar-Pintar desde los inicios de esta editorial, con una colaboración que nos ha brindado la oportunidad de disfrutar de varios poemas convertidos en álbumes ilustrados, desde El poema que cayó a la mar (2007), hasta Loles (2011), pasando por títulos como Caracol (2008), Chispina (2008), Todo ama (2009) y Mi madre (2010), varios de ellos editados tanto en castellano como en asturiano.
En esta ocasión estamos ante una obra bien distinta a las anteriores. En los títulos citados era un único poema el que se desarrollaba a lo largo del álbum ilustrado, combinando las distintas estrofas con ilustraciones representativas de su contenido. En ellos la imagen podría tener más peso que la palabra, puesto que ese único poema se acompañaba de un buen número de ilustraciones. En Versonajes la palabra cobra un especial protagonismo puesto que nos encontramos con todo un poemario, podríamos decir que temático, compuesto por 23 poemas que nos presentan 23 personajes (versonajes) que a todos nos resultarán cercanos aunque también fantásticos, casi imaginarios pese a ser sacados de la realidad, de la mágica mirada del poeta.
Cada poema es acompañado por una ilustración de la que forman parte los propios versos, las propias palabras. Ester Sánchez contó con la “ventaja” de ser maquetadora y editora de la obra, además de ilustradora, y de esta forma pudo ir jugando con los textos hasta convertirlos en parte de la ilustración, jugando con su colocación, justificando a derecha o a izquierda sin desvirtuar o incomodar para nada la lectura, sino todo lo contrario. Las palabras completan la imagen, la imagen completa a las palabras, así podemos encontrarnos con versos que se convierten en ruedas de bicicleta, en el contenido de una botella, en parte de un rostro…
Las descripciones de los personajes se acompañan así de su plasmación visual a través de la mirada de la ilustradora, que ha utilizado una original técnica de uso de la acuarela con pinceladas rectangulares, en una evolución del puntillismo que ya había anticipado en el álbum Daniela (2009), pero que aquí alcanza total protagonismo, realizando todas los motivos con esta original fórmula.
Curiosamente la cubierta del libro se muestra bastante más austera de lo que viene siendo habitual en esta editorial, utilizando con relevancia las grafías de su título, anticipándonos que en esta ocasión la palabra va a tener un especial protagonismo. Se nos hace difícil tras su lectura catalogar la obra como poesía “infantil” (ya advertíamos anteriormente el uso deliberado de estas comillas), puesto que los poemas van a ser del gusto de cualquier lector, que encontrará en ellos matices propios y enriquecerá la lectura con el punto de vista de su edad. En el caso del lector adulto la lectura se verá enriquecida por una melancólica mirada hacia su infancia, hacia un mundo y unos personajes que forman parte de su bagaje e imaginario, que han sido parte de su educación sentimental.
No debería existir frontera entre poesía para niños y poesía para mayores. Es más, no hay más que una Poesía”
Aurelio G. Ovies
Y es que según el poeta, “No debería existir frontera entre poesía para niños y poesía para mayores. Es más, no hay más que una Poesía. En la imaginación, limpia y gigante, de los más pequeños cabe cualquier metáfora, cualquier poema de los que entendemos o tildamos para adultos. Igual que saben soñar despiertos, pueden interpretar todo tipo de verso, a su manera y con su lucidez. Necesitamos palabras desde el primer momento en que llegamos, que alguien nos explique el mundo, lo que vemos y no entendemos”, así lo ha expresado en el más que recomendable ensayo sobre el poeta, Siempre regreso a lo perdido. Aproximación a la poesía de Aurelio González Ovies, de Anabel Sánz Ripoll (accesible desde aquí). En él, Ovies nos habla de sus primeras influencias, que bien parecen reflejarse en este poemario: “Miguel Hernández, desde siempre, desde que lo descubrí en una antología para escolares. Gloria Fuertes, Pablo Neruda y Antonio Machado fueron los siguientes y los que nunca aparté, lo mismo que los clásicos grecolatinos que más tarde me atraparon. A los que vuelvo una y otra vez.”
Aunque el autor es un firme defensor de no diferenciar esa única Poesía, sin diferenciar al público al que pueda ir dirigida, hemos de decir que la lectura del poemario por ese público infantil se ve favorecida por el uso de versos de arte menor, cuartetas en su mayor parte, que dotan a los poemas de gran ritmo y agilidad y facilitan la lectura oral o dramatizada, gracias a las distintas entonaciones y voces, y a la aparente sencillez -uno de los puntos fuertes de este autor-, fruto del intenso trabajo y elaboración de cada verso.
La obra se abre con un sentido homenaje a los libros raros, esos que cuentan con “páginas muy, muy serias / y otras que están como norias” y después nos llevarán a recordar a esa madre que llora al picar cebollas “entre harina y moldes / y yemas y azúcar, / rodeada de ollas”. Conoceremos a la bruja Espabila, que “venía en una escoba / que no tenía pilas!”; al hada Penuria, que “Tiene la costumbre de no tirar nada, dice que es un trato que firman las hadas”; a un pirata que “Le bautizaron Valiente, / porque nada más lo vieron / le notaron en la frente / la llanura de un océano”; y a otros muchos más Versonajes cargados de ternura, como la abuela ingeniera, que vive en su mundo y nunca se acuerda de nada, “Fue campesina y modista / ingeniera en mermeladas / aunque, cuando le preguntas, / responde: soy astronauta. Es la mamá de mi mami / pero ahora está empeñada / en que es sobrina del primo / de la hermana de mi hermana…”.
Cuando ocurren estas cosas, cuando llegan estos regalos tan grandes a una editorial tan pequeñita como la nuestra… llenamos los tanques de ánimos para seguir trabajando”
Ester Sánchez
González Ovies, tal y como nos cuenta Sánz Ripoll, valora la esencia de los recuerdos, los aromas, las sensaciones que vivió de niño en que todo era importante, en que el cariño y la ternura de la madre suplía cualquier limitación. Es a ese tiempo al que quiere regresar el poeta y trata de apresarlo, una y otra vez, en sus versos, aunque, consciente de que la vida no retrocede, se da cuenta de que el recuerdo se trastoca en nostalgia y de esa nostalgia, hecha de ternura, hecha de amor, se nutre continuamente. Es algo que aunque también puede apreciarse en el conjunto de su obra, en este poemario cobra un especial sentido.
Para Pintar-Pintar esta colaboración de Aurelio G. Ovies es “todo un regalo”, en especial esta obra en la que han puesto un especial empeño, en palabras de Ester Sánchez, ilustradora y editora, “Cuando ocurren estas cosas, cuando llegan estos regalos tan grandes a una editorial tan pequeñita como la nuestra… llenamos los tanques de ánimos para seguir trabajando”.
Aurelio González Ovies (Bañugues,1964). Es doctor en Filología Clásica y profesor titular de latín en la Universidad de Oviedo, donde ejerció de vicedecano de la Facultad de Filología de 1996 a 2008. Desde su primer poemario, Las horas en vano (1989), hasta el más reciente, No (2009), en su obra poética destacan varios premios literarios (Premios Internacionales de Poesía Ángel González; Juan Ramón Jiménez; accésit Adonais y accésit Esquío), la antología compilando veinte años de poemas Esta luz tan breve (Poesía 1988-2008) así como su reveladora incursión en la literatura infantil y juvenil con siete álbumes de poesía ilustrada publicados, el último, Versonajes (2013). Varios de estos títulos han sido coeditados en distintos idiomas. Colaborador habitual en los diarios asturianos, actualmente escribe un artículo quincenal, de tono poético, en La Nueva España.
(17 de julio de 2013)