Víctor García de la Concha: “He sido y soy un hombre de biblioteca”

Villaviciosa, 1934, catedrático emérito de la Universidad de Salamanca y director de la Real Academia Española desde 1998, aún podría ser presentado de forma más exhaustiva, porque para quien siente la pasión por la lengua, sea hablada o escrita, todo trabajo es un placer al que nunca se desea poner fin.

A tres meses de abandonar la dirección de la a Real Academia Española, al frente de la cual ha permanecido durante doce años, Víctor García de la Concha no renuncia a su compromiso con la lengua, a la que ha dedicado su vida de todas las formas posibles: disfrutándola como lector; analizándola como estudioso; engrandeciéndola como escritor y normalizándola como académico. Como una de sus últimas actividades oficiales, De la Concha ha querido estar en el V Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas que, además, se celebra en su tierra, esa Asturias a la que nunca deja de regresar siempre que tiene ocasión.

 

 

 

 

Con una trayectoria profesional como la suya, su vinculación con las bibliotecas ha de ser muy estrecha. ¿Guarda algún recuerdo especial de alguna de ellas?

He tenido la suerte de haberme encontrado desde niño con bibliotecas de las que surgió mi interés por la literatura. La primera que recuerdo era una pequeña que había en Villaviciosa, constituida fundamentalmente con el legado de Balbín de Unquera, cuyo nombre todavía lleva. La conocí por mi padre, que era un gran lector, pero aún era yo demasiado niño. Después sí me interesé por una biblioteca privada que había habido justo enfrente de la que era la casa de mi familia y que había creado mi propio tatarabuelo, José Caveda y Nava, que llegó a tener cerca de 13.000 volúmenes, lo que en el siglo XIX suponía una cifra muy importante. De manera que mi contacto con los libros empezó desde muy niño.

¿Cuáles fueron sus primeras lecturas en esas bibliotecas?

Mi padre se instaló en la villa gallega de Chantada como juez y allí descubrí una biblioteca privada de clásicos españoles, propiedad de un sacerdote de Madrid. Había literatura española de la edad media, del Siglo de Oro y del Romanticismo, y allí me convertí, en las largas vacaciones de verano, en un voraz lector. Recuerdo muy bien que el primer libro que leí, a los once años, fue El Señor de Bembibre, de Gil y Carrasco. Por él llegué a la novela histórica de Amós de Escalante, etc. antes de pasar al teatro de Lope de Vega. Era una biblioteca privada, sí, pero, curiosamente, en la villa había también un depósito de biblioteca pública cuyos libros estaban encuadernados en tapa dura, con un lomo en cuero de color azul, que recuerdo muy bien y que distribuían, creo, los servicios sociales de Falange. Estaba almacenada en un local semi abandonado, pero pude leer algunos de sus libros. La imagen se me quedó grabada en la memoria y he pensado a menudo en lo que supone una biblioteca olvidada, depredada como era aquella.

Siendo filólogo y teólogo, habrá pasado muchas horas de consulta en bibliotecas.

A medida que fui estudiando, mi biblioteca básica fue la universitaria. Yo vine a Madrid a preparar oposiciones y lo hice en la Biblioteca Nacional y en la del Ateneo, una biblioteca a la que tengo mucho cariño porque, además, no cerraba por la noche y me permitía estudiar y sacar libros durante horas. Después fui conociendo bibliotecas de todo el mundo. En Roma las había espléndidas y en varias de ellas trabajé. Más tarde conocí las de las universidades americanas, que ya eran el sumo placer. Una de las cosas de las que más orgulloso me siento, en mi modesta labor en la Academia, es haber rehabilitado la vieja biblioteca, para la que hemos recuperado las estanterías, la distribución y las características que tenía cuando se inauguró nuestra actual sede, en 1894. También he tenido la gran suerte de haber instalado en la Academia dos bibliotecas excepcionales, que son fruto de sendos legados a la corporación: una es la biblioteca del académico y bibliófilo Antonio Rodríguez-Moñino, inaugurada en 1995. Tres años después, en 1998, abrimos la de Dámaso Alonso, que, con sus cuarenta mil volúmenes, tiene asimismo un valor incalculable. Es todo el patrimonio bibliográfico del gran poeta y profesor, director de esta Casa desde 1968 a 1982.

¿Qué papel deben desempeñar las pequeñas bibliotecas, aquellas alejadas de las grandes ciudades y de las grandes instituciones?

Yo fui catedrático de Instituto, así que conozco muy bien los problemas de las pequeñas bibliotecas y seguramente hablaré de ellos en el congreso de noviembre. Habría que buscar sinergias entre las bibliotecas de los pueblos y las villas, de modo que si no hay una pública municipal, las que existen en los centros educativos deberían ser de uso común. Siempre he sido un hombre de biblioteca, no un ratón de biblioteca. Un gozoso usuario de ellas porque allí me formé realmente y me sigo formando. Todos los días me sirvo de la de la Academia, que es excelente y al frente de la cual hay una excelente bibliotecaria.

¿Qué tipo de libros elige para disfrutar de una tarde de lectura tranquila?

Mi biblioteca privada es discreta, nunca los he contado, pero habrá en torno a 12.000 libros, de entre los que destaco la poesía contemporánea, de la que soy lector y estudioso. He publicado mucho sobre poetas españoles contemporáneos, tengo medio interrumpida una obra sobre la poesía española desde la posguerra hasta nuestros días de la que han salido dos volúmenes pero tienen que salir otros tres. Ése es uno de los proyectos que retomaré cuando termine mi mandato. También recibo muchos libros por mi trabajo y porque formo parte de muchos jurados, además de tener muchos amigos poetas. Como resultado, tengo una colección de poesía que mimo con esmero. Pero, aparte de los libros de estudio de lingüística, me interesan, en el plano de la creación, también los de ensayo.

Recurre a las novelas de evasión para descansar de su trabajo. ¿Ha leído, por ejemplo, la trilogía Millenium de Stieg Larsson?

La he explorado, pero no la he leído. Yo soy un lector de novelas intensamente literarias, me gustan esos libros que son un reto en el que uno, al terminarlos, encuentra una riqueza impresionante. Precisamente de ese interés surge mi libro Cinco novelas en clave simbólica. Cuando leí Volverás a Región, de Juan Benet, me pareció un libro inexpugnable. Mario Vargas Llosa confesó durante su presentación, el pasado mes de septiembre en Madrid, que él había sido incapaz de leerlo y Antonio Muñoz Molina, que también participaba en el acto admitió que a él le había pasado igual. Yo me aventuré, y el verbo aventurar en el sentido de correr la aventura, es muy adecuado, a explorar esa obra y he logrado reconstruir la historia que subyace, borrada, porque eso es lo que quiso Benet, borrar la realidad real para poder construir la gran catedral de palabras, la realidad fingida que es la novela. Me gustan las obras difíciles o que están llenas de cosas, como Cien años de soledad, que uno puede leer y volver a leer y siempre encuentra retos nuevos y caminos sin explorar. Me sentí feliz cuando después de terminar mi estudio sobre él y preparar su edición conmemorativa, le dije a Gabriel García Márquez: Al final de la novela tú hablas de encíclicas cantadas y tu novela es una encíclica cantada. Y él me respondió: Eres un pendejo. Y fue le mayor elogio que me pudo hacer, porque era reconocer que había descubierto una de las claves de su obra.

¿Pasa el futuro, inexorablemente, por el libro electrónico?

Sobre este tema tuve un larguísimo debate con la anterior directora de la Biblioteca Nacional. Estoy rodeado de amigos que son apasionados cibernéticos, Juan Luis Cebrián, por ejemplo, es un cibernético apocalíptico que augura que en poco tiempo desaparecerán los periódicos en papel, una idea a la que me resisto. Según esa distinción que se suele hacer entre el cibernauta migrante y el cibernauta nativo, yo soy un cibernauta migrante y amo demasiado el libro en papel para convertirme en un cibernético entusiasta, entre otras cosas, porque tengo muchísima gente que me ayuda y me aprovecho de ello. Pero mis nietos son cibernautas nativos; al mayor, con ocho años, lo encontré el otro día manejando el ordenador. El libro en papel es un gran invento y por eso, aunque las bibliotecas tengan que adaptarse al futuro, como yo lo hago, que estoy al tanto de cada nuevo modelo de lector electrónico que sale al mercado, sigo prefiriendo el papel. Claro que algunas obras de referencia, como el Oxford Dictionary, estarán solo en soporte digital, y nuestro propio Diccionario se puede encontrar desde hace años en la red y tiene un millón de consultas diarias. Pero el diccionario en papel todavía tiene muchos usuarios.

Dicho esto, en la Academia asumimos con naturalidad, día a día, el reto de las transformaciones derivadas de las llamadas nuevas tecnologías. Basta recordar que una de las últimas palabras que hemos incorporado al Diccionario ha sido precisamente la de libro electrónico, con el acuerdo unánime de las veintidós academias de la lengua española. Y lo hemos hecho con doble acepción: para denominar, con libro electrónico, tanto el soporte como el contenido.

 

“No soy un ratón de biblioteca, sino un gozoso usuario de ellas porque allí me formé y me sigo formando”

 

Su mandato al frente de la Academia termina en diciembre. ¿Podría hacernos un balance del tiempo que ha estado al frente de ella?

Ante todo, he de decir que nunca agradeceré suficientemente a mis compañeros académicos que me hayan concedido el honor de poder trabajar de lleno al servicio de la Academia, primero seis años de secretario, siendo director Fernando Lázaro Carreter, y después doce años como director. Los fundadores de la Academia, cuando se dirigieron al Rey para pedirle el patrocinio, aseguraban que ellos no querían más que trabajar por servir al honor de la nación. Lázaro y yo, hablando un día de ello, nos dijimos que teníamos que cambiarlo y en lugar de por servir al honor de la nación nos pareció mejor decir por el honor de servir a la nación de la lengua, esa gran nación de casi 500 millones de hispanohablantes.

¿Qué importancia han tenido las relaciones con América durante sus años de mandato?

Yo he sido un privilegiado, porque, siendo un gran europeísta, antes no tenía una especial vinculación con América. Pero un día, al final de su mandato, Lázaro Carreter me advirtió de que había dos cosas que él no pudo terminar y que me tocarían hacer: consolidar la economía de la Academia, aunque eso no se termina nunca, y dedicarme a América. Curiosamente, después de ser elegido, su Majestad el Rey me felicitó y me dijo que sólo iba a pedirme una cosa; que me dedicara a América, a visitar las academias y que él me abriría el camino. Y así lo hice. Fui el primer director que visitó todas las academias americanas, y no una, sino varias veces, y pudimos sentar las bases de lo que ahora se llama la política lingüística panhispánica, que es que todo lo que afecta a la lengua, los grandes códigos, el diccionario, la gramática… Todo eso ya no es obra de la Academia española sino de todas las academias, y a eso es a lo que he dedicado mi mayor esfuerzo, el ochenta por ciento de mi tiempo, y hoy es una realidad gozosísima. Somos una auténtica familia, somos amigos, vienen, vamos… Este mismo otoño nos veremos para recoger el Premio Internacional Don Quijote de la Mancha, que han concedido precisamente a la Nueva gramática de la lengua española. También está prevista una reunión de la comisión interacadémica de ortografía en San Millán de la Cogolla. Y después tenemos la reunión de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en México. Es una preciosa realidad. La lengua es de todos, pero los españoles solo somos la décima parte del mundo hispanohablante. He tenido la inmensa fortuna de poder hacer todo eso. ¿He trabajado mucho? Sí, lo he hecho, he sacrificado muchas cosas, pero es tan intensa la emoción y tal el honor de haber podido servir a España y a ese gran patrimonio común que es la lengua…

Una labor reconocida con una alta distinción: el Toisón de Oro.

Así es. Un día, en enero, me llamó el Rey y me anunció que me iba a conceder el Toisón de Oro. ¡No me caí de milagro! No hay mayor felicidad, porque, como le dije al Rey durante la ceremonia de entrega, sería yo quien tendría que pagar por esa gran oportunidad de servicio a la nación y de trabajo por la unidad de la lengua en una línea que el propio Rey trazó. Mis compañeros me arroparon con toda su ayuda y su cariño, de manera que soy muy afortunado por haber tenido esa oportunidad.

 

(Publicado en Biblioasturias18)

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Sobre el autor

Red de Bibliotecas Públicas del Pdo. de Asturias